Vivían en una casa luminosa en el norte de California (EEUU), con cuatro habitaciones y apariencia cuidada desde el exterior. Por dentro, sin embargo, todo era radicalmente diferente. Cuando la policía entró en la vivienda que Ina Rogers y Jonathan Allen compartían con sus 10 hijos encontró un pandemonio de inmundicia. Suelos cubiertos de orina, basura, excrementos animales y humanos, comida podrida y trastos apilados por todos lados. Los diez chavales dormían en una misma habitación y, según la fiscalía, fueron «torturados» de forma rutinaria por sus padres por motivos puramente «sádicos». R.D.
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