Si un niño de 8 años que nunca ha mostrado signos de retraso intelectual lee paltano donde dice plátano, escribe las palabras vacilando y en fragmentos o no consigue memorizar la secuencia de los días de la semana, es muy posible que sufra dislexia, un trastorno neurológico irresoluble y hereditario que, se calcula, afecta a cerca de un 10% de la población española. No existen estudios que cuantifiquen cuántos de ellos han sido diagnosticados aunque, detectada a tiempo, se trata de una alteración que puede ser atenuada.

Los especialistas coinciden en que la dislexia es un trastorno infravalorado y poco atendido. Pedagogos, psicólogos y logopedas aseguran que las escuelas no tienen personal especializado en la detección de este trastorno, que puede confundirse con otras deficiencias. Cuando la maestra sospecha la alteración y pide un diagnóstico neurológico, la familia suele optar por un gabinete privado, aseguran. Intentarlo en un hospital público supone meses de espera.

Una dislexia no reconocida ni tratada, sin embargo, siempre tiene consecuencias en la vida de quien la sufre, ya que interfiere totalmente en su formación personal. Todos los aprendizajes se transmiten con lecturas y escrituras. La intensidad de esas secuelas depende de las estrategias que el afectado se inventa, ya desde niño, para memorizar visualmente las letras que su cerebro no descifra rápida y automáticamente.

EL DESPISTADO DE CLASE

Un niño disléxico no detectado es, con frecuencia, el despistado que no caza una en clase, el que lee tan lentamente que no se le entiende (aunque él si comprende lo que ha dicho), aquél que coge indistintamente el bolígrafo con la mano derecha o la izquierda, o el foco diario de burla de los más listos.