"Un núcleo básico que se irradia en múltiples direcciones, todas mis fantasías transformadas en distintos niveles de un mismo relato. Un delirio de la narratividad, cientos de pequeños núcleos anecdóticos, escenas, situaciones, una microscopía del tiempo y del recuerdo. Un diario". La poética del pensamiento de Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) está cifrada en este diario a partir de ese delirante haz y miríada de recuerdos que sostienen un tiempo solo en tanto que presente.

Entrega Piglia el segundo tomo de sus diarios, que ocupan desde 1968 a 1975, tras los años de formación que atravesaban el primero de los tres que configurarán uno de los frisos narrativos más portentosos de la literatura contemporánea. Como en el primero, deslumbrante, estos años felices dan cuenta de la vida de un escritor situado en tierra de nadie, obsesionado por comprender la historia secreta de la cotidianidad de una vida que relata como si no fuera suya. En el centro de este diario está la problemática noción de experiencia (¿en qué consiste vivir la propia historia?) y del procedimiento (¿cómo se forman los acontecimientos que un escritor narra?¿cómo hay que contarlos?) que recorre todos y cada uno de los libros de Piglia.

Asistimos atónitos al recorrido vital de un lector voraz en cuyo panteón están Tolstoi, el Pavese de 'El oficio de vivir', los diarios de Kafka, Hemingway, Scott Fitzgerald, Manuel Puig, Arlt, Bianco, Borges, Macedonio Fernández, Joyce y toda la novela negra. Pero está también el cine, su tarea como editor, crítico, profesor… Está la lucha por subsistir, por cobrar el dinero que le permita pagar el alquiler de los próximos dos meses, sus historias entrelazadas entre las mujeres y el amor, sus paseos nocturnos cuando la ciudad duerme. Están los encuentros y desencuentros con sus amigos. El querer estar solo y retirado del mundanal ruido y dedicar todos sus esfuerzos a construir una obra. Está la convulsa vida política de Argentina y el 'caso Padilla'. Está, en fin, su constante intención de estar fuera del tiempo y de querer leer y escribir a contracorriente.

Con la convicción de que un diario es un ir "escribiendo para el olvido", Piglia es consciente de los riesgos a los que se enfrenta: "sustituir con estos cuadernos la memoria. No vivir la experiencia más que por escrito". Pero para los lectores es una bendición de los dioses poder asistir en primera persona a esa experiencia en tanto que vida y 'work in progress'.