L os casos de covid-19 aumentan desde hace semanas en España. Los hospitales reciben un goteo constante de pacientes que, echando la vista atrás, hace temer que la situación se descontrole de un momento a otro. Los centros de atención primaria viven un verano al límite, en el que unas plantillas agotadas deben atender a sus pacientes habituales además de a los afectados por coronavirus. Los contados rastreadores no dan abasto. Y los sanitarios se sienten al límite. Este es el contexto en el que ahora caen las nuevas restricciones diseñadas para intentar atajar la expansión del virus, acordadas por el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas el viernes pasado. «El virus va muy rápido y las medidas para frenarlo van muy lentas», denuncian varias sociedades médicas a este diario.

Los expertos, que la semana pasada emitieron un comunicado alertando de la «alta probabilidad» de un nuevo colapso sanitario y reclamando medidas más contundentes, perciben el acuerdo entre autonomías como un paso adelante. Pero no como una solución convincente. Preocupa sobre todo que la falta de recursos, que entorpece las labores de atención primaria y de los hospitales. Y la ausencia de la «legión de rastreadores» que se prometió para adelantarse a los contagios.

Las medidas llegan tarde. El veto a los fumadores, que a partir de ahora tendrán prohibido exhalar humo a menos de dos metros de distancia de los demás, se planteó en mayo de la mano de un grupo de expertos de la SEPAR. La advertencia se trasladó a la normativa de algunas comunidades como una recomendación. Y no ha sido hasta ahora, en agosto, que se ha acuñado una restricción. «Mientras no tengamos un tratamiento eficaz o una vacuna, estas medidas son lo único que nos va a salvar de otro colapso sanitario», esgrime Peces-Barba.

El aumento de casos ya deja huella. Empezando por los laboratorios encargados de analizar las pruebas diagnósticas. Julio García, portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC) explica que en los centros se enfrentan a «una demanda de PCRs infinita con unos recursos limitados». «Si en marzo hacíamos 300 tests al día, ahora estamos en más de 1.500», ilustra. La capacidad de dar con casos positivos ha aumentado. Así como la detección de perfiles leves o asintomáticos, que hoy suponen hasta un 60% de los diagnósticos. Falla la planificación de una respuesta. «¿De qué sirve sacar adelante tantas pruebas PCR si después no hay un seguimiento y un rastreo? A estas alturas no podemos hablar de contratar rastreadores. Ya deberían estar actuando», comenta García.

Las carencias del sistema, que vienen de atrás, preocupan sobre todo a las puertas de una época de gripes y otros virus respiratorios que podrían colapsar estos centros. «Los sanitarios estamos al límite de nuestra resistencia física y mental. Echamos de menos un plan. Algo que garantice que no acabaremos quemados», destaca García.

Mientras, en los hospitales, «tememos que la situación se acabe torciendo», argumenta Peces-Barba, neumólogo y vicepresidente de la SEPAR. Entre marzo y abril, las urgencias se enfrentaron a la primera ola de casos con escasez de equipamientos, guantes, mascarillas, respiradores. «Ahora mismo no sabemos si las administraciones han subsanado los errores que sufrimos en la primera ola. Si la situación empeora, los sanitarios estaremos ahí, en primera línea. ¿Pero quién nos garantiza que los hospitales están preparados? ¿Habrá equipamientos suficientes? ¿Y personal? Sería de agradecer que nos dieran un mensaje de tranquilidad», comenta el doctor.

Las sociedades médicas insisten en trasladar esta preocupación a la sociedad. «No por alarmar, sino para advertir de lo que puede pasar», explican varios expertos. «Hay segmentos de la población con una baja percepción del riesgo. La manifestación en Madrid es un ejemplo», explica Ricardo Gómez, presidente de la Sociedad Española de Medicina Interna. «Mantener una postura negacionista es un acto de irresponsabilidad colectiva». H