Una peligrosa normalización del racismo y la xenofobia está teniendo lugar en internet con dos preocupantes consecuencias. Por un lado, que los agredidos lo están asumiendo como algo rutinario, algo que es parte de su vida, y no lo denuncian. Por el otro, que los agresores se acostumbran a que digan lo que digan, cualquier vileza o barbaridad, no pasa nada. Es lo que denuncia el estudio sobre el discurso del odio en la red que ha llevado a cabo el Proyecto Prism, un grupo de trabajo conformado por 10 instituciones europeas, entre ellas la Universitat de Barcelona (UB), puesto en marcha precisamente para diagnosticar qué pasa.

De los racistas y xenófobos de siempre ya se sabe qué esperar, pero “el discurso más peligroso es el que se normaliza”, el que forma parte de la rutina, señaló la profesora e investigadora de Antropología de la UB, y coordinadora del estudio en España, Olga Jubany, durante la presentación del informe. Centrado en el racismo y la xenofobia -y en cuatro actitudes básicas: islamofobia, antisemitismo, discriminación de gitanos y discriminación de inmigrantes-, el estudio halló que la red contribuye a la banalización de algo que está castigado por la ley. “La legislación no ampara el discurso del odio”, afirmó tajantemente la investigadora.

SALTO CUALITATIVO // “Internet ha supuesto un salto cualitativo en muchas cosas, incluida la difusión del discurso del odio”, declaró el antropólogo Miguel Pajares, participante en el proyecto. En las redes sociales, en el espacio que la prensa digital destina a los comentarios de los lectores y en los foros de discusión, el Proyecto Prim advierte esta banalización, que no es combatida como se esperaría. Los expertos dicen que la prensa digital está “sensibilizada” al respecto, pero que carece de los recursos necesarios para controlar el desmadre de los comentarios y, además, no se coordina con las redes sociales, adonde saltan con frecuencia los debates iniciados en sus páginas.

Otra de las conclusiones del estudio es que las víctimas no denuncian. Entre los musulmanes con los que entraron en contacto los investigadores se había instalado la costumbre de darlo por sentado. Algo así como: soy musulmán y vivo en Europa, ergo me insultan. Son el colectivo más acostumbrado. “No denuncian porque forma parte de su día a día -explicó Jubany-. Y como no hay denuncias, parece que hay pocos casos, pero no es así”. H