Cuando cae un dictador, ¿qué sucede con las obras de arte creadas bajo su control? ¿Deberían ser arrojadas al mar, o bien habría que estudiarlas? ¿Y si caen en las manos y las mentes de aquellos dispuestos a dar por bueno su terrible mensaje? La cuestión es especialmente pertinente en referencia a las más de mil películas creadas por la Alemania nazi entre 1933 y 1945; docenas de ellas aparecen en el documental 'Hitler’s Hollywood', que analiza la estética y el espíritu del cine producido con el sello de la esvástica y trata de entender el poder de su propaganda.

“Es innegable que muchas de las películas nazis tienen un valor artístico considerable, y en su calidad radica buena parte de su poder de convicción y por tanto de su peligro”, sostiene el crítico Rüdiger Suchsland, director de la que en realidad es la segunda entrega de su planeada trilogía sobre la historia del cine alemán -'From Caligary to Hitler' (2014), centrada en la República de Weimar, fue la primera-.

“Es imposible desvincular la belleza superficial de esos títulos de su absoluta fealdad. Porque son obras esencialmente totalitarias, que fueron diseñadas para inocular ideas atroces y producidas por gente monstruosa. Y porque la industria cinematográfica alemana de aquellos años fue purgada de judíos, comunistas, liberales, demócratas y homosexuales, y de todos aquellos que no probaran su lealtad a Hitler”.

Fan de Mickey Mouse

El propio Führer era un gran aficionado al cine -fan acérrimo de los musicales, las películas de Frank Capra y Mickey Mouse-, pero el hombre que controlaba todos los aspectos de la producción fílmica del Tercer Reich, de los presupuestos al 'star system' pasando por las tramas y la ideología, era su ministro de propaganda. Joseph Goebbels estaba ansioso por erigir una versión germana de Hollywood y replicar su capacidad de impacto en las masas, para suministrar sus mensajes belicistas, sexistas, antisemitas y genocidas. "Él sabía que la mejor propaganda es la que no se puede ver o sentir -recuerda Suchsland-, la que se infiltra en el alma del receptor como un veneno insípido y lava su cerebro de forma imperceptible, paso a paso”.

Por eso tiene sentido que, aunque por supuesto menciona a Leni Riefenstahl -cuyos documentales 'El triunfo de la voluntad' (1935) y 'Olympia' (1938) vendieron el nazismo como un espectáculo visual erótico-religioso- y ficciones flagrantemente promotoras del Holocausto como 'El judío Suss' (1940), 'Hitler’s Hollywood' pone el foco en el otro cine, aquel que en apariencia solo buscaba entretener al público porque su carga propagandística era subliminal: películas de aventuras, comedias, recreaciones que recordaban las glorias germanas pasadas, historias fantasiosas y musicales; un cine suntuoso, lleno de magníficos vestuarios, floridas escenografías y elaboradas coreografías.

Victoria final

Suchsland no escatima elogios para algunos de quienes hicieron esas películas tanto desde detrás de la cámara como desde delante, como los actores Ilse Werner y Ferdinand Marian o el director Veit Harlan. Sin embargo, al ver 'Hitler’s Hollywood' es inevitable pensar sobre todo en los ausentes, aquellos profesionales que se vieron obligados a huir de Alemania tras el ascenso nazi. “Es imposible calcular cuánto dañó al arte alemán la marcha al exilio de Billy Wilder, Fritz Lang, Marlene Dietrich, Ernst Lubitsch, Max Ophüls y Otto Preminger”, asegura Suchsland. “Se perdió talento, humor, variedad, diversidad y muchohumanismo”.

Por supuesto, sostiene el director, las consecuencias de la propaganda cinematográfica del Tercer Reich fueron mucho más allá, hasta hoy mismo. “Lo cierto es que, al menos en términos de estilo y técnica, no hay diferencias sustanciales entre vídeo electoral de Angela Merkel o de Donald Trump y una de las películas de Riefenstahl. Sabemos que el cine nazi causó impresión en directores como George Lucas y R.W.Fassbinder, y que su imaginería ha inspirado videoclips de Madonna o Rammstein y campañas publicitarias de Armani”.

Más de siete décadas después, en efecto, el nazismo y su iconografía siguen causando una perversa fascinación colectiva. “Es la demostración de que, en última instancia, Hitler y su aparato propagandístico vencieron. Sobreescribieron la cultura popular y nosotros se le permitimos, y se lo seguimos permitiendo”.