«Las fake news se expanden como el virus», sentencia Cristina Tardáguila, directora adjunta del International Fact-Checking Network, una red global de investigadores y periodistas dedicada estos días a desmentir bulos sobre el coronavirus. El proyecto reúne ya a más de 100 profesionales de 45 países, con hasta 15 idiomas, dedicados a analizar la información que surge en los territorios afectados. Su labor ya ha conseguido detectar más de 1.000 noticias falsas sobre el virus y todas las teorías de la conspiración que lo rodean. «Es la colaboración más grande de la historia del fact-checking hasta la fecha», explica en una conversación con este diario.

El proyecto empezó el 24 de enero, cuando la crisis sanitaria se concentraba principalmente en China. Desde entonces, conforme el coronavirus ha ido alcanzando más territorios, la red de verificadores también se ha ido ampliando para responder a las preguntas que surgían de todos estos lugares. «Toda la información que hemos analizado hasta la fecha es mentira. Pero dentro de la mentira también hay diferentes niveles. Hay cosas que son inexactas, otras engañosas y otras parcialmente falsas», explica Tardáguila.

Dos meses después del inicio del brote en Wuhan (China), los bulos sobre el coronavirus ya han generado seis «olas de desinformación», según comenza Tardáguila.

La primera, originada en Asia, se centró en las falsas teorías sobre el origen del virus. Algunos incluso atribuyeron el surgimiento de este patógeno a un laboratorio secreto controlado por las fuerzas armadas o Bill Gates, mientras que las investigaciones científicas realizadas hasta la fecha apuntan a una mutación surgida de un animal. La segunda ola se centró en la difusión de fotografías y vídeos editados o fuera de contexto, donde se mostraba gente muerta de golpe o desmayada debido al coronavirus, aunque la enfermedad no causa episodios de muerte súbita.

La tercera ola de falacias se ha centrado en los bulos sobre cómo prevenir y curar la enfermedad. «Los bulos sobre falsos remedios son los más peligrosos porque la gente está asustada y se aferra a cualquier cosa. Y todos los métodos que hemos analizado al respecto son, en el mejor de los casos, inofensivos. Pero también los hay tóxicos y muy peligrosos», explica.

Algunos de los falsos tratamientos que se han identificado hasta el momento, y que también han sido desmentidos por parte de las autoridades sanitarias, sugieren desde el consumo de infusiones o vitaminas (ineficaces contra este patógeno) y las falsas vacunas (inexistentes, por ahora) hasta la ingesta de soluciones basadas en lejía (tóxicas bajo cualquier circunstancia).

La cuarta ola de desinformación difunde la teoría de que esta pandemia es un «método para exterminar la humanidad». La quinta versa sobre la superioridad de algunas religiones o razas que, por ahora, han resultado menos afectadas por la expansión del covid-19. La sexta, sobre el acceso y la veracidad de las pruebas de diagnóstico.

La séptima, que acaba de empezar, sobre la realidad de los confinamientos. «El riesgo de estas fake news no es que vayan circulando por todo el mundo, sino que lleguen a colectivos vulnerables. Si a ti o a mí nos llega algo sobre teorías de la conspiración, es probable que las analicemos con un cierto sentido crítico y las descartemos. Pero si esta misma noticia llega a manos de nuestros abuelos y abuelas... el miedo que generan es aterrador», concluye la periodista.

Si algo está demostrando esta situación inédita de crisis sanitaria internacional es que las fake news no tienen bandera. Ni idioma. Ni siquiera ideología definida. Pueden surgir y expandirse desde cualquier rincón del globo. Más si, como en este caso, van acompañadas de una importante dosis de miedo e incertidumbre entre la población. «Estamos ante una globalización de la mentira», considera Tardáguila. «Todavía no sabemos quién está detrás de estos bulos, aunque ya estamos planeando trabajar con académicos e investigadores para averiguarlo. Aun así, sí que podemos ver que detrás de determinados bulos podría estar el movimiento antivacunas o determinadas corrientes políticas que utilizan la desinformación para crear un determinado relato», argumenta.

Las redes sirven como medio de difusión de estas ideas. Echarle la culpa a estas herramientas tecnológicas, sin embargo, sería un error. «El problema es de la forma que tiene la gente de interactuar con las redes. Si todos nos tomáramos un momento para leer y entender la información antes de compartirla sería mucho más fácil frenar la desinformación», concluye.