La competitividad es aquella cualidad que nos impulsa a lograr un fin de forma intensa, donde hay una meta no equitativa para todo el mundo. Si existe competitividad es porque nuestras acciones tendrán una serie de resultados diferente al de otras personas. Esto es aplicable en niños al juego o a las áreas educativas, donde unos van a ganar o alcanzar mejores metas. Se tiende a ver como una cualidad negativa, lejana a la cooperación y que genera frustración y emociones negativas, como la sensación de derrota o el orgullo elevado, cuando no es siempre así. La competitividad puede ser sana y debe reforzarse en los niños desde pequeños.

La orientación al logro determina el grado de motivación que tendremos o las acciones que haremos para alcanzar lo que queremos. Es muy valorada en adultos, nos ayuda en el colegio, en la universidad o en los trabajos, pero también en nuestras relaciones interpersonales. Dicha orientación ha sido construida durante toda la infancia y el grado de aparición en la adolescencia o en la etapa adulta dependerá de la educación recibida o las experiencias vividas, por lo que hay que ayudar a nuestros hijos a cultivarla desde los primeros años.

Alcanzar la meta

La competitividad parte del refuerzo que los padres hagan a las acciones de sus hijos. Todos queremos lograr resultados o conseguir algo, pero el refuerzo que los demás hagan a ese logro va a determinar parte de mi satisfacción. En los niños es aún más importante, ya que el orgullo de sus padres va a marcar lo contentos que están cuando tienen algo o los esfuerzos que harán para conseguirlo. Son los que determinan el refuerzo, especialmente con halagos o frases de apoyo, haciendo que sean más o menos competitivos.

Las siguientes pautas nos ayudan a fomentar la competitividad en nuestros hijos, de forma sana y constructiva, generando una emoción que perdurará en las siguientes etapas:

1. Foco en uno mismo

La competitividad negativa parte de depositar nuestra valía en base a la comparación con los demás. Yo soy más válido si tengo más y mejores cosas que otro. Este error es el primero que debemos cambiar en nuestros hijos por la idea de que debemos ser mejores respecto a nosotros mismos.

2. Esfuerzo

Medimos nuestras acciones en base a nuestros resultados, como una nota final en un examen. Esto borra de la ecuación el esfuerzo invertido, los aprendizajes obtenidos o el factor de azar y suerte que entra en juego muchas veces. Es importante hacerles ver el grado de importancia que tienen nuestras acciones y que no siempre se relacionan con buenos resultados.

3. Cooperación

Sí es importante cierto grado de individualidad para fomentar la competitividad, pero siempre con límites. Yo no puedo ser competitivo de forma positiva si piso a los demás o no les ayudo cuando lo necesitan. Llegar a mi meta es importante pero también lo es ser facilitadores para los demás.

4. Errores

Los errores cobran suma importancia en la competitividad. Si los vemos como algo negativo, nos generará frustración y baja autoestima. Son, sin embargo, peldaños para un mejor desempeño. Esto crea un aprendizaje consciente que podremos usar en el futuro.

Un niño que se basa en la competitividad sana sabe el grado de exigencia que tiene que tener en una determinada situación, los errores necesarios o cómo obtener los mejores resultados, siempre disfrutando el camino. Esto siempre es fomentado por los padres en los primeros años de vida y debemos evaluar la forma que tenemos e hacerlo para introducir pautas más constructivas.

* Ángel Rull, psicólogo.