El control del coronavirus en invierno se antoja homérico: consiste en aislar y chequear a cualquiera que estornuda en un país de 1.400 millones de habitantes y a todos con los que ha estado en contacto en los últimos días. En Hong Kong se afanan en encontrar aún a los que compartieron el vagón de tren con un enfermo y Shanghái ha ordenado a todos los ciudadanos que visitaron Wuhan en las dos últimas semanas, tengan fiebre o no, que acudan al hospital: 300.000 personas. Los últimos acontecimientos agravan el cuadro. Algunos infectados no presentan síntomas como fiebre o tos y otros nunca se acercaron a Wuhan. Lo confirma Yuen Kwok-yung, un experto virólogo hongkonés. «Puede ser más infeccioso que el SARS», remata, en referencia al Síndrome Respiratorio Agudo Severo que 20 años atrás se cobró 800 vidas en el mundo.

Por las redes circulan fotografías de hospitales atiborrados con enfermos durmiendo en pasillos que permiten plantearse si el sistema sanitario chino estaba preparado para esta crisis. Una pregunta más justa y menos prejuiciosa es si algún país dispone de un sistema sanitario preparado para algo así.

El SARS despertó a China. No solo jubiló el secretismo en la gestión de las epidemias, sino que comprendió que su febril desarrollo económico había desatendido la sanidad. La inversión de gobiernos locales se ha multiplicado por 20, en el 2006 se inauguró un sistema nacional de detección y comunicación de enfermedades y se profundizó en el estudio epidemiológico. Uno de los centros punteros, paradójicamente, se creó en Wuhan.

La respuesta de China al coronavirus evidencia las reformas. En dos semanas detectó, identificó y secuenció un nuevo patógeno. Lo hizo en temporada invernal, con múltiples virus similares. En el 2014 y en condiciones más benignas, el mismo proceso con el virus ébola se demoró varios meses. «Están siendo muy rápidos en todos los análisis, practican las pruebas tan pronto como es posible y suman hospitales de todo el país. Alabo a los científicos y al personal médico de Wuhan y ciudades vecinas por sus esfuerzos», juzga Matthew Frieman, experto de la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland.

Wuhan epitomiza la revolución sanitaria en las grandes urbes de las últimas décadas. Tiene siete grandes hospitales (también el tercero mejor valorado del país), otros siete de menor tamaño y más de 60 clínicas. Cuenta con 651 camas hospitalarias por 100.000 habitantes, muy por encima de las 384 de Cataluña, por ejemplo, pero aún escasas para lidiar con la crisis. Las grúas ya levantan un hospital para 1.300 enfermos en un solar que estará listo en una semana y se ha anunciado otro con capacidad para un millar. También desde otras provincias acuden miles de médicos de refuerzo ante el cuadro de agotamiento y desmoralización de los locales.

Cancelaciones

China ha cancelado todas las celebraciones del Festival de Primavera, equivalentes a nuestras navidades. También se han cerrado atracciones turísticas como la Gran Muralla o la Ciudad Prohibida. La cuarentena de Wuhan se ha ampliado a otras ciudades hasta sumar 50 millones de habitantes, la población de España. El mundo ha padecido epidemias, pero no hay precedentes de medidas tan extremas. Solo son posibles en China, donde se junta un Gobierno fuerte y una tradición confuciana que acepta cualquier molestia individual por el bien común.

El presidente, Xi Jinping, subrayó ayer que China está en estado de guerra contra un virus que, por el momento, ha matado a 41 personas y enfermado a más de 1.200 en 29 provincias. Xi anunció la creación de un gabinete especial que será dirigido por el Comité Permanente, el órgano más poderoso del Partido Comunista. En un país tan jerarquizado, envía un mensaje a los gobiernos locales para que no demoren ninguna acción.