La vida de Ángela Torres dio un giro el 9 de marzo del 2009. Ese día recibió una llamada de la policía en la fábrica donde trabajaba. Su madre se había perdido. La encontraron de noche en un bar con un brote de esquizofrenia.

Era sábado y el lunes tenía que volver al trabajo. Una amiga se hizo cargo de la madre los primeros días. “Pero si no recibía 30 llamadas diarias no recibía ninguna. Ángela, tu madre se hace daño; Ángela, se quiere ir de casa...”, recuerda. Al cuarto día dejó su empleo. A partir de ahí se ha dedicado íntegramente al cuidado de su madre. 24 horas al día, siete días a la semana, siete años ya. Una nueva vida que le ha afectado en todos los sentidos.

A Juana Padilla, su madre, le diagnosticaron demencia con cuerpos de Lewy, que aún se confunde con el alzhéimer. La enfermedad fue especialmente dura el primer año. Ángela se encontró sola, viviendo de los ahorros y con una situación que le sobrepasó. En ese periodo tuvo un intento de suicidio, sufrió una anemia y arrastra dos hernias lumbares y calcificación en la cadera derecha, entre otras dolencias que le vienen de mover a su madre cada dos horas. Con los años no solo la salud se fue resintiendo. También las relaciones personales. “Hace poco en terapia nos pidoeron que explicásemos cómo afecta ser cuidador a la pareja. A mí el pasado enero me dijeron adiós después de 22 años, porque ya era demasiado”, resume. La falta de sexo fue uno de los desencadenantes de la ruptura. Porque su pareja, aunque llegase cansada a casa, tenía la cena puesta y podía desconectar del trabajo. Pero Ángela, no. “En la cama mi pareja quería jaleo y yo estaba hecha polvo. ¿Quién me pregunta cómo estoy yo? ¿Quién cuida del que cuida? Nadie”, dice. A pesar del sacrificio constante, asegura que se va a la cama todas las noches con una gran satisfacción. “Angelita, no me lleves a una residencia, me decía mi madre cuando estaba bien”. Así que cumplió su voluntad. Tampoco habría tenido alternativa. Las listas de espera para las residencias públicas andaban en torno al año y medio y las privadas no bajaban de 1.500 euros al mes. Con los 750 que tenía entonces su madre de pensión habría sido imposible costear una.

Ángela se pregunta qué pasará cuando su madre fallezca. En esa situación se encuentra Vicent Joan Subirats. Excuidador, tuvo que ocuparse desde el 2007 hasta mayo del 2015 de su madre, que padecía alzhéimer. Hasta el 2009, también de su padre, dependiente por problemas cardiacos. “Dejé el trabajo porque me salía más económico ocuparme yo de ellos”, dice. Ahora está sin empleo y con un panorama laboral diferente al que dejó en el 2007.

Subirats fue de los primeros en recibir la ayuda a la dependencia. El Partido Popular rebajó esa ayuda un 15% y anuló la cotización. Tras la muerte de su madre, pudo aguantar hasta septiembre con lo poco que tenía ahorrado y con ayudas de Cáritas, Cruz Roja y de la familia. Al igual que Ángela Torres, representa a los miles de cuidadores que el Gobierno insiste en llamar oficialmente cuidadores no profesionales. H