Dice Ian Gibson que se equivocan quienes dicen que su relación con España es de “amor y odio”. Es de “amor y rabia”, precisa. Amor, por supuesto, porque de qué si no llevaría aquí 38 años, decidido a hacer “de hispanista en casa”, viviendo “como un escritor español”, no con visitas esporádicas desde un lejano campus británico. Y rabia, porque es eso, no odio, lo que se siente cuando se critica lo que se ama y ve que “un país que podría ser una maravilla es una locura”. A esa relación con España (más bien con la península ibérica: Gibson sueña con una República Federal Ibérica que incluya Portugal y le indigna el “olvido y desprecio” por el país vecino) dedica Gibson su último libro,‘Aventuras ibéricas. Recorridos, reflexiones e irreverencias’ (Ediciones B). “Una invitación al viaje por la Península Ibérica, con la palabra aventura por delante, que me encanta y que sale tanto en el ‘Quijote’”, añade.

No se trata de una biografía ni de un libro de viajes, aunque estos sean dos de los componentes del libro. Recuerdos de su relación con España, desde el primer curso veraniego para estudiar español hasta su descubrimiento de Federico García Lorca y la investigación para su biografía hasta sus opiniones sobre la independencia de Cataluña o la derecha española. Están los viajes, está la autobiografía y también mucha arqueología, en un país "que todo él es un yacimiento", con un homenaje al Museo Arqueológico Nacional que recorre todo el libro. Está el ‘Quijote’, está Lorca (“la revelación de mi vida”), está Granada, mucha Hispania romana, Antonio Machado, recuerdos de los viajeros románticos que descubrieron España al mundo en el siglo XIX... “Yo también soy un romántico”, dice Gibson.

EL RUIDO Y EL NO DIÁLOGO

Hablando de rabia: el ruido de los españoles es una de las cosas que, si no le dan rabia, al menos sí que le molestan. “España lidera el récord decibélico mundial, porque aquí la gente siempre se está afirmando: el español siempre expresa su opinión y sus prejuicios saliendo no de las entrañas sino de más abajo; el prototipo es Eduardo Inda, lo simboliza todo. El diálogo es imposible porque la gente no escucha. Y parece que el español necesite estar rodeado de ruido para no sentirse solo; es gregario”.

Una excepción, en el tema de los decibelios, es Cataluña, cree. Un país del que, recuerda, ya el autor del más grande libro sobre España (o sobre cualquier país), Richard Ford, dijo en 1845: “Cataluña, el país clásico de la rebelión, siempre dispuesta a irse”.

Gibson desearía una solución diálogada para el contencioso entre Cataluña y el resto de España. “Una tercera república federal, si es posible ibérica, y darnos diez años para ver si funciona; y si no, ya habría la posibilidad al cabo de unos años de plantearnos la independencia”. Una independencia que como irlandés no le parece una abominación pero que como dublinés de la minoría protestante preferiría ahorrarse en favor de la convivencia en un país plural.

Al escritor, nacionalizado español ya desde hace años, le molesta el discurso de Artur Mas (“me pongo a morir escuchándolo, me parece que ha equivocado el enfoque; la idea de separación me duele”) y no menos el de la derecha española. “Ambos son igual de patéticos; cuando Rajoy dice que España es la nación más antigua de Europa, ¿en que piensa? Cuando piensan, aunque no digan la palabra, en la sagrada unidad de España, ¿es que se lo ordena desde arriba su Dios?”. La crítica, no obstante, no se limita a la derecha. Gibson invita a los intelectuales españoles a leer en catalán. Solo hace falta conocer algún otro idioma románico, y aún mejor latín, y algo de interés. “A los que dicen que leen en catalán les pregunto cuál es el último libro y los pillo. Ni uno”, ríe.