Con las sirenas tronando, pero los arpones bajo toldos grises. La partida al alba de cinco barcos balleneros del puerto septentrional de Kushiro resume el cuadro: el júbilo por la recuperación de una tradición centenaria y la discreción que recomienda el coro condenatorio global. Japón retomó ayer la caza comercial de ballenas después de más de tres décadas. Hasta final de año capturará 227 cetáceos en su zona económica exclusiva, aclaró la Agencia Pesquera Nacional. La cifra se había aplazado para no estimular las protestas durante el G-20 que se celebró en Osaka.

CRÍTICAS // El asunto ha generado las previsibles reacciones opuestas. «Mi corazón está embriagado de felicidad, me siento profundamente emocionado. La gente ha cazado ballenas en mi ciudad durante más de 400 años», declaró Yoshifumi Kai, presidente de una organización del sector. Nicola Beynon, activista de Humane Society International, respondió, en cambio, que ayer era «un día triste para la protección global de las ballenas» y acusó a Japón de entrar en «una nueva y desgraciada era de piratería ballenera».

Tokio promete que pescará especies no amenazadas. Su cuota incluye 52 rorcuales aliblancos (o Minke), 150 rorcuales Bryde y 25 rorcuales común. Y, según sus cálculos, existen 20.513 ejemplares de la primera y casi 35.000 de la segunda y la tercera.

Durante dos décadas, el país nipón intentó convencer al resto para levantar la moratoria de caza comercial impuesta en 1982 y tampoco funcionaron sus desesperadas amenazas de abandonar la organización. Bajo la normativa establecida, Japón solo podía capturar hasta ahora ejemplares pequeños cerca de sus costas, pero explotó una laguna legal para cazar ballenas en las aguas protegidas del Antártico con «fines de investigación científica».