-Un reciente estudio indica que el 25% de los jóvenes de 13 a 19 años muestran un problema de salud mental. ¿Tanto? Es posible. La prevalencia del trastorno mental es altísima. Si contamos todos los sufrimientos psíquicos que dificultan la adaptación social vemos que eso afecta al 20% de los niños y a un 30% de los adultos, en algún momento de la vida.

-¿Cuántos de ellos sufren una enfermedad mental grave? Casi el 10%. Incluye trastorno bipolar, autismo, esquizofrenia o depresión grave, entre otras. No somos conscientes, pero el malestar mental es el grupo de enfermedades con mayor coste social. Tanto en el mundo rico como en el pobre.

-¿Está bien atendido este problema en la red pública de salud mental? No. Muchos de esos trastornos deberían ser atendidos con una intervención psicológica, una psicoterapia, pero el 95% de las personas que la necesitarían lo la están recibiendo. El 20% de los trastornos mentales no graves los está atendiendo el médico de familia, en el CAP. Recurren a la medicación porque ni tienen una formación del todo óptima en este tema, ni tienen tiempo.

-¿Con qué resultado? La sanidad pública de España está basada en la farmacología. Es más fácil que se te recete aquí un antidepresivo que en Gran Bretaña, Francia o Alemania. Hay un problema de cultura sanitaria, que afecta a los servicios y a su presupuesto. Los trastornos mentales van cambiando, la cartera de servicios, no.

-¿La autolesión de los adolescentes es un trastorno mental? Es un síntoma de algo que exige un diagnóstico. Unas veces tiene finalidad suicida. Otras, buscan calmar la ansiedad. Algunas tienen un componente de demanda de atención.

-¿Sería el caso de quien difunde las heridas en un grupo de whatsapp? Si. Pero hay que diferenciar entre autolesión y el hecho de ponerse en situaciones de riesgo. Una cosa es hacernos cortes con una cuchilla en brazos y piernas, lo que tiene un componente compulsivo y de ansiedad, y otra ponernos en peligro para hacernos una foto.

-¿A qué respondería lo segundo? A la necesidad de afirmación personal de algunos adolescentes. Ha habido siempre. Eso no es patológico.

-¿Y colgarse de una viga de un octavo piso para hacerse un selfie? Depende de cómo lo mires. Lo que hace el piloto Fernando Alonso tal vez se parece un poco a lo de la chica del octavo, y él tiene muchos admiradores. ¿Es patológico? El problema es que no sabemos hasta qué punto hay un mínimo dominio de lo que es una situación de riesgo. Hay riesgos que valen la pena. Otros son estúpidos.

-¿Qué subyace en una autolesión? Ansiedad. Iría muy bien enseñar a esa persona a dominar la ansiedad. La psicoterapia sería adecuada. Aunque se suele recurrir a fármacos.

-Se dice que los adolescentes que se autolesionan no tienen objetivos en la vida. ¿Está de acuerdo? No. Es una interpretación simplista. Muchas veces, existe un malestar interno. Está comprobado que el dolor físico es mucho más tolerable que el dolor psíquico. A veces, una forma de reducir el dolor psíquico consiste en inducirte dolor físico.

-¿Cómo es eso? Cuando sientes dolor físico, como compensación el organismo segrega endorfinas, un opiáceo interno, un analgésico biológico que induce sensación de bienestar. Las endorfinas están emparentadas con la heroína y la morfina. Se generan cuando hay una satisfacción, pero los puedes conseguir causándote una insatisfacción. Es lo que sucede a quien corre un maratón.

-¿Qué le sucede? Una vez está entrenado, el cuerpo se habitúa a producir endorfinas para compensar el esfuerzo extremo al que lo sometes. Mucha gente se aficiona al deporte duro por esa razón.

-¿Por eso triunfan los maratones? Como en todo, hay un factor psicológico, un factor social y una influencia biológica. La social, ya la conocemos. Hay un reconocimiento. La parte biológica es menos conocida, pero es importante, porque somos animales. Si eres un adolescente y te sientes rechazado, con una autolesión calmas ese dolor psíquico. Aunque sea un mal sistema.

-Un mal sistema. Claro. Nos causamos un dolor para evitar otro. Pero, insisto, es lo mismo que le ocurre a quien practica un deporte que le exige un gran esfuerzo. Ha de machacarse. Se hace daño. Muchos de esos corredores se convierten en adictos al deporte por esa razón. Algunos son conscientes. Acaban con las rodillas destrozadas.

-¿Hay mucha adicción al deporte? Mucha. Y aumenta muchísimo, al igual que crecen las adicciones comportamentales.

-¿Adicciones comportamentales? A todo tipo de conductas o sustancias. Al tatuaje -hay gente que no puede dejar de hacerse tatuajes, llenan su cuerpo-; al móvil, al deporte, a la tecnología, al sexo, al trabajo...

-¿En qué momento lo consideran una conducta patológica? Cuando ese comportamiento les ocupa la vida, dejan de hacer otras cosas por ese motivo y al final les causa una disfunción personal.

-Dice que van en aumento. Aumentan brutalmente, desde hace un tiempo. Está cuantificado. Es un fenómeno propio de esta época. Se está sufriendo adicción a lo que sea. Incluídas las drogas. La disponibilidad de drogas es ahora mayor. Hay más consumo de cannabis que nunca en la historia.

-¿Lo están investigando? Está estudiado y demostrado. Oficialmente, sin embargo, la única adicción reconocida es la del juego patológico. El resto, irán entrando en el DSM [manual psiquiátrico que recoge los trastornos reconocidos]. La adicción al juego está muy descrita, arruinan a la familia y no pueden parar. Pero también está evolucionando.

-¿Hacia dónde? Ahora la forma más grave e importante de adicción al juego, por lo muchísimo que está aumentando, ya no sucede en el casino: es la apuesta deportiva online, la que se anuncia por televisión. Es el número uno de las adicciones al juego patológico.

-¿Qué explicación tiene todo esto? Son consecuencias del bienestar. Hay comida y los hijos ya no se nos mueren, por suerte. Hemos perdido la capacidad de resiliencia, la habilidad de superar las adversidades de la vida. En nuestra civilización se ha impuesto un estilo de vida totalmente antinatural. Como nos pasan menos cosas graves, sufrimos mucho por las pequeñas.

-Lo que ustedes denominan baja tolerancia a la frustración. Exactamente. Nuestros hijos están muy sobreprotegidos. Lo hacemos todos, unos más que otros. Y a esos niños les pasan menos cosas graves.

-A fenómenos nuevos, soluciones nuevas. ¿Cuáles? Yo creo que deberíamos cambiar la educación. La escuela debería ofrecer una enseñanza mucho más basada en la experiencia, que pusiera a los chicos en situaciones de dificultad real. No hay nada más educativo que poner a un niño ante una situación difícil y que él la supere.

-¿No se educa así? No. Estar sentado escuchando a un señor o señora que explica algo que al niño no le motiva ni interesa, no sirve para nada. Creo que estamos ofreciendo una educación que no promueve la resiliencia. Muchos actos de rebote de los adolescentes de los que hablamos se deben a esto.

-¿Esto es cosa de la escuela? Claro. Y también de la familia. Los padres deberían entender que educar a un hijo significa premiar y castigar. No solo premiar. A los padres les falta autoridad. Están cansados. Hay que actuar. Si no introducimos cambios, la sociedad irá cada vez más hacia conductas y adicciones ajenas a las necesidades reales.