El principal objetivo del estudio de animación Laika es hacer películas que importen. Que trasciendan en el tiempo y que te roben el corazón.Y en eso están desde que comenzaron su andadura en el 2005, naciendo de las cenizas del antiguo Will Vinton Studio (que había formado parte de la producción de 'La novia cadáver', de Tim Burton) bajo la batuta de Travis Knight, hijo de uno de los fundadores de la multinacional Nike.

Su meta era conducir la animación 'stop-motion' hacia otro nivel,modernizar sus postulados sin perder la base de su esencia. Es decir, seguir rindiendo homenaje a los pioneros de la disciplina, como Willis O’Brien, responsable de la animación de la mítica marioneta de King Kong, y su gran discípulo, Ray Harryhausen, pero al mismo tiempo investigando el potencial de las nuevas tecnologías para hibridar el elemento artesanal con el digital. El resultado de algunas de sus innovaciones se materializó en un prototipo de máquina impresora 3D, gracias al que consiguieron aportar la mayor cantidad posible de expresiones a los rostros de sus protagonistas. Una auténtica revolución técnica por la que el estudio afincado en las afueras de Portland, Oregon, consiguió el Premio de la Academia de Cine al Logro Científico el pasado año.

LUZ Y SOMBRAS

La primera película de la factoría se convertiría en un fenómeno de culto y se encargaría de sentar todas las bases del universo Laika. Esa mezcla entre luz y oscuridad, fantasía y pesadillas a la hora de acercarse al imaginario infantil estaba ya muy presente en 'Los mundos de Coraline' (2009), una personalísima reescritura de la obra de Neil Gaiman pasada por el filtro del talento visionario de Henry Selick, también responsable de otra obra fundacional del nuevo cine de 'stop motion' como fue 'Pesadilla antes de Navidad'.

Le seguiría 'El alucinante mundo de Norman' (2002), en la que los responsables de Laika consolidaron su propuesta y continuaron avanzando en la perfección de su lenguaje a través de una historia que homenajeaba al cine de terror de serie B a partir del punto de vista de un niño incomprendido por todos aquellos que lo rodeaban. Con 'Los Boxtrolls' (2014), el estudio intentó configurar una fábula más abigarrada visualmente y más cercana al público infantil, obteniendo como resultado una nueva pieza de orfebrería de exuberante minuciosidad.

CUMBRE POÉTICA

Ahora regresan con 'Kubo y las dos cuerdas mágicas', en la que vuelven a alcanzar un nuevo hito en el campo de las proezas técnicas gracias a la precisión de las texturas y al detalle y refinamiento con el que componen cada fotograma. Pero este nuevo trabajo también está impregnado de niveles de sensibilidad poética desbordantes. Se sumerge en paisajes de enorme imaginación sensitiva y plástica que surgen del folclore y la cultura tradicional japonesa y nos conducen a través de un viaje de resonancias mitológicas, el que inicia el niño huérfano Kubo para conseguir liberarse de la maldición que pesa sobre su familia. Entre la épica y el intimismo. Entre la aventura y la emoción. Así es una película que parte de la idea de los cuentos, de la magia de narrar historias, de la tradición oral, y que nos conduce por tierras, océanos y bosques ignotos habitados por dioses, samuráis y bestias monstruosas.

Los responsables de Kubo reconocen que esta ha sido su obra más ambiciosa. Un cruce entre el cine de David Lean y el de Akira Kurosawa, en el que han tenido que construir marionetas tan pequeñas como los origamis que aparecen en la película al son de la música mágica del niño, de tan solo unos centímetros, hasta el esqueleto de un gigante demoníaco de más de 5 metros de altura. En total, 94 semanas de trabajo para rodar 133.096 fotogramas animados que han terminado por componer una de las obras más importantes y hermosas del cine de animación contemporáneo.