Londres comienza a tener un aspecto irreal. Covent Garden, Leicester Square, Oxford Street, el barrio del Soho o Trafalgar Square están desiertos. Ayer, el famoso London Eye daba vueltas prácticamente vacío, bajo un cielo gris y melancólico. Adiós a las colas y a los turistas, que desaparecieron hace días. Ahora también los londinenses se borran del mapa, voluntariamente.

En el restaurante de comida rápida Pret A Manger de Westminster, normalmente abarrotado, apenas había cuatro clientes a media mañana. La mayoría de los funcionarios en los ministerios colindantes trabajan desde casa. Ante el bajón de público desde el lunes, cuando el Gobierno dio la voz de alerta, la dirección de la cadena mantiene los locales abiertos, pero se ha suprimido el servicio en las mesas.

«Es la primera vez que no tengo que esperar por el capuchino», comentaba una mujer joven que da clase en un colegio cercano y había caminado durante más de dos horas para evitar tomar el metro. El Ejecutivo anunció a media tarde el cierre de todos los centros escolares por un tiempo indefinido.

El Parlamento sigue abierto, pero apenas había diputados en la Cámara de los Comunes durante la sesión de control. El laborista Jeremy Corbyn era de los pocos que estaba en el banquillo, con 70 años cumplidos. En el Palacio de Buckingham, a punto de cumplir los 94, la reina recibía a oficiales de la Marina Real sin guardar, tampoco ella, la distancia social recomendada.

Londres se va recluyendo poco a poco. Los transportes públicos han comenzado a reducir su servicio. En la estación de metro de South Kensington faltaba la algarabía habitual que montan los niños. Colegios enteros desembarcan allí cada día, camino del Museo de Ciencias Naturales o del de la Ciencia. Los dos han cerrado, al igual que el Victoria and Albert, justo enfrente. Lo mismo han hecho, uno tras otro, la Tate, la National Gallery, el Museo Británico y prácticamente todos los demás.

Ni distancia, ni protección / Donde no baja la afluencia de público es en los supermercados. La cadena Sainsbury’s, ha establecido un horario exclusivo para las personas de avanzada edad y para las más vulnerables. Además, ha racionado algunos productos básicos «para que puedan comprarlos un mayor número de personas», según sus directivos. En el Waitrose de Kensington High Street había a primerísima hora una larga cola de personas con carritos repletos, junto a las cajas. Pocos llevaban algún tipo de protección. Incluso el personal trabajaba sin guantes ni máscaras.

Londres está a la cabeza de los contagios en el país. El número real de casos no se conoce, pero confirmados hay 500 y son ya 30 los muertos en la capital. La bomba de relojería está a punto de estallar y en los hospitales, públicos y privados, se realizan las últimas operaciones rutinarias para dejar camas libres urgentemente. Pero bares, restaurantes y pub se resisten a cerrar y algunos londinenses quieren apurar hasta la última pinta.