Desde que Eduardo Mendoza pisara la Universidad de Alcalá, antes de recibir el Premio Cervantes, el escritor no ha parado de mostrar su humor e ironía: «Soy muy teatrero, me gusta disfrazarme», o «he traído a la familia para que me critique y a los amigos para que me hagan la ola». Estas frases del autor barcelonés (1943) se unieron ayer a la reivindicación del humor que sobrevoló todo su discurso de agradecimiento del Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras en español, que recibió de manos de Felipe VI.

Acompañado en la ceremonia por sus hijos Ferran y Alejandro y por su primera esposa, Anna Soler, Eduardo Mendoza, muy elegante, vestido de chaqué y corbata gris, como su pelo, y algo nervioso, inició su discurso. «No creo equivocarme si digo que la posición que ocupo aquí es envidiable para todo el mundo, excepto para mí», espetó Mendoza, uno de los premios Cervantes posiblemente más leído. Y algo más tranquilo reivindicó la excelencia del humor en la literatura que practica en sus escritos «con reincidencia», al tiempo que negó que se trate de un género menor, «como a menudo se considera», puntualizó el premiado.

ASISTENTES // En su discurso durante la ceremonia, presidida por los Reyes en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, participaron la vicepresidenta de Gobierno, Soraya Saénz de Santa María; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes; y el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, entre otros. Mendoza también se declaró un fiel lector de Cervantes y asiduo del Quijote, a cuyas páginas confesó que acude con mucha frecuencia. Además, rememoró «con cariño» a todas las personas que le han apoyado en su carrera y tuvo unas palabras para dos: el poeta Pere Gimferrer, que le dio «la primera oportunidad» y es su «editor vitalicio» y su «amigo incondicional», aseguró. Y la agente literaria Carmen Bacells, «cuya ausencia empaña la alegría de este acto», manifestó.

Por su parte, el rey Felipe, en su discurso, elogió a Eduardo Mendoza como «maestro en el manejo del idioma» y «verdadero biógrafo» de Barcelona, una ciudad que ha propiciado «un extraordinario ecosistema cultural» y donde, como en su obra, la convivencia entre el castellano y el catalán «es algo natural», matizó.

El monarca también ensalzó al escritor como un «verdadero artesano del lenguaje», que usa «como una herramienta de precisión» ajustada a los diferentes registros idiomáticos de sus personajes para acercar al lector a diversas realidades, «desde la de los diferentes grupos marginales a la de las clases altas, en diferentes épocas y en diferentes lugares».

El ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, en su reflexión muy teatralizada y llena de humor, defendió que parte de la grandeza de la prosa de Eduardo Mendoza está en «ese limbo» que hace imposible tomarse «totalmente en serio» sus novelas, aunque sea todavía «más imprudente» tomárselas «totalmente a broma», puso de manifiesto.

«Es posible que su aportación más notable a las letras del momento sea esa lección: que leer a un autor es un ejercicio entretenido en sí y que nada obliga al lector a catalogar lo que está leyendo según unos parámetros previos», subrayó.