Lo más que puede hacer el conductor del camión es hacer sonar fuerte su claxon, esperando que los menores que rodean al vehículo desistan por el escándalo, o que quizá algún mehanni (policía marroquí) acuda a espantar al grupo. Y eso no suele ocurrir.

La escena que recoge el vídeo que encabeza esta información es de este martes. Ocurrió en Nador, la ciudad marroquí vecina de Melilla. El tráiler de la compañía española J. Cuenca trata de partir con su carga hacia la ciudad autónoma, pero no consigue avanzar, mientras decenas de menas (menores no acompañados) buscan un hueco entre las ruedas, bajo la carga o entre esta y la cabina, incluso por encima, con la vana intención de pasar la frontera de Beni Enzar.

Muy pocos de estos jóvenes lo consiguen, pero todos ponen en riesgo su vida si abordan al camión. Los camioneros no se enfrentan a los muchachos -explican fuentes policiales españolas-, menos desde que, en mayo pasado, uno de ellos, conductor rumano, trató de cerrar el portón trasero de su camión cuando notó que se lo habían abierto y fue víctima de patadas, puñetazos y zancadillas. Ya es un código no escrito entre los chóferes que no hay que salirle al paso al enjambre; solo pitar, meter primera y avanzar muy lentamente.

Este vídeo saltó la frontera en la mañana de este miércoles, de la misma forma que el pasado lunes lo había hecho otro testimonio gráfico de la desesperación de los jóvenes marroquíes por llegar a Europa.

La escena es similar en estruendo y dramatismo. Desde Nador, última parada hacia España, el vehículo de la Cooperativa Omnibus de Autobuses (COA) cargado de turistas trata de volver hacia Melilla, pero algunos jóvenes se le apoyan en el morro, mientras otros menas buscan con agilidad el hueco en el que sujetarse.

Las decenas de personas que rodean el bus rebuscan entre los ejes, bajo el cubrecárter delantero o incluso en el maletero, cuya puerta tratan de forzar. Pero no hay sitio al que engancharse. No al menos seguro.

Nuevamente, es el calendario el que mueve a tantos menores en torno a los vehículos de transporte. Una vez en Melilla, los que hayan conseguido pasar intentarán el cruce del Alborán antes de que pase el buen tiempo y la mar haga imposibles las travesías individuales, y el descenso de turistas dificulte esconderse en la panza de un ferry. El tiempo apremia en la frontera más desigual del mundo.