El niño británico Alfie Evans, de 23 meses, que pacedía una enfermedad degenerativa y cuyos padres plantearon una batalla judicial en su país para trasladarlo a Italia y que fuera tratado allí, murió ayer. Su padre, Tom Evans, anunció en Facebook la muerte: «Mi gladiador ganó su escudo y sus alas a las 02.30 [las 0.30 horas en España] ... absolutamente desconsolados». Los médicos le desconectaron de las máquinas que le mantenían con vida el lunes sin permiso de los padres.

Alfie tenía a los 23 meses el aspecto de un bebé saludable. La realidad desgraciadamente era muy diferente. El niño se hallaba en coma profundo y sufría una enfermedad degenerativa neurológica que destruía su cerebro. En estado vegetativo, a los seis meses comenzó a sufrir convulsiones y desde diciembre del 2016 permanecía internado en el hospital Alder Hay de Liverpool. Los scanner mostraron «una degradación catastrófica de su tejido cerebral». Los médicos nada podían hacer por él y alegaron que era inhumano mantenerle vivo artificialmente. Cuando recomendaron que, para el bien del niño, lo mejor era desconectar las máquinas que le permitían seguir respirando, los padres se opusieron. Ahí comenzó una batalla judicial y una disputa ética que ha alcanzado resonancia mundial.

Tom Evans y Kate James, los padres veinteañeros de Alfie, retaron una y otra vez en los tribunales a los médicos. La sucesión de pleitos y las declaraciones cada vez más virulentas provocaron una peligrosa hostilidad contra el personal del hospital. Los padres perdieron juicio tras juicio. Su último intento fue llevarse al niño a un hospital que depende del Vaticano, pero un tribunal denegó la petición de traslado.