Un 'asesino en serie' del arte, un simple falsificador o un salvador de obras tiradas en la calle Son algunas de los calificaciones que surgen al hablar de René Alphonse Ghislain Van Den Berghe, más conocido como Erik el Belga y considerado uno de los mayores ladrones de obras de arte de Europa. Reconvertido en mecenas tras protagonizar más de más de 600 golpes maestros por todo el mundo, ya que en muchos casos sustituyó la obra original por sus propias falsificaciones, llevaba décadas asentado en la Costa del Sol hasta que un infarto ha acabado este jueves con su vida, a los 80 años, en un hospital de Málaga.

Fuentes cercanas a la familia confirmaron que El Belga sufría problemas médicos desde hace años. La diabetes que arrastraba le ocasionó problemas severos en una pierna, y hace pocas semanas tuvo que ser operado por este motivo. Pero no llegó a recuperarse. Por expreso deseo suyo, será velado y enterrado en la barriada malagueña de El Palo.

PRIMER ROBO A LOS 25 AÑOS

Hablar de robos de arte en la historia lleva ineludiblemente hacia El Belga. Nacido en Nivelles en el seno de una familia humilde en 1940, su vida parece sacada de una novela negra, con entradas y salidas de prisión, torturas, tiroteos con la policía, traiciones entre compañeros o engaños que quedó recogida, muy ficcionada eso sí, en la autobiografía Por amor al arte (Planeta, 2012). Fueron su abuelo y su madre, pintora, quienes le inculcaron un amor al arte que presumió de llevar a límites insospechados. Su padre le enseñaría sobre armas y libros antiguos. Ya de pequeño demostró su peculiar concepción del mundo, dedicándose con su hermano a traficar con las armas y el metal de las balas de los camiones de armamento que se escondían en el bosque cercano a su casa.

El mundo de las antigüedades era su destino natural, y se convirtió en anticuario. Con apenas 25 años sucumbió a las peticiones de coleccionistas privados interesados en ciertas obras no al alcance de cualquiera. En muchas ocasiones, eran piezas estropeadas que él mismo se encargó de restaurar y devolver a la vida, lo que le llevó a considerarse a sí mismo como un trasladador: no robaba, sino que tomaba piezas descuidadas a las que nadie prestaba atención y se encargaba de dárselas a quien sabría cuidar de ellas. También se hizo de forma legal con camiones repletos de obras que la iglesia no quería.

ARAGÓN, CATALUÑA Y CASTILLA, SU ÁREA DE ACCIÓN

Aragón, Cataluña y Castilla y León fueron testigos de muchas de sus osadas andanzas. Cada encargo era un reto, y encontró un filón en el ingente patrimonio cultural que se acumulaba en algunos conventos y otros edificios religiosos sin apenas medidas de seguridad. Fue precisamente gracias a sus incursiones y al expolio al que los sometió que las autoridades civiles y eclesiásticas empezaron a tomar conciencia del valor de esas obras maestras. Entre esas piezas, destaca la arqueta de Sant Martirià de Banyoles, un relicario gótico del siglo XV que El Belga y su banda robaron en 1980. El grueso de las piezas de plata que lo componían fue recuperado tres décadas después, pero todavía hoy nada se sabe de cinco de esas tallas. En total, se estima que pudo hacerse con 6.000 obras de arte, aunque a los compradores también les coló como originales algunas de sus falsificaciones. Es más, presume de que algunas de ellas están en los museos más importantes del mundo.

LIBERTAD A CAMBIO DE OBRAS DE ARTE

Su primera detención en España llegaría en 1966, cuando pretendía robar en la Catedral del Burgo de Osma (Soria). Diez años después fue arrestado en Bélgica, aunque logró escapar y refugiarse en España, de donde no volvería a marcharse. Su último encontronazo con la ley sería en 1982. Tras una temporada en la cárcel Modelo de Barcelona, logró su libertad en 1985 a cambio de ayudar en la recuperación de las piezas robadas. Devolvió 1.500 piezas y quedó absuelto en los 14 juicios que aún tenía pendientes por prescripción de los delitos.

Resultas sus cuitas judiciales, y casado con Nuria, la abogada que le sacó de prisión la última vez, se estableció en Málaga, desde donde se dedicaba a asesorar a coleccionistas y museos de todo el mundo gracias a sus dotes para la restauración. Le encantaba pintar escenas religiosas, especialmente vírgenes góticas que regalaba a conventos y que posteriormente las monjitas, listas ellas, vendían. En 2004, tras conocer el robo de una talla muy emblemática en el pueblo granadino de Cúllar, se ofreció a realizar un cuadro con la imagen de la virgen desaparecida. Acabó donando una veintena de sus obras, y en agradecimiento a semejante muestra de redención, el Ayuntamiento le dedicó un museo. En declaraciones a este periódico con motivo de la inauguración, no mostró arrepentimiento, y aseguró que tampoco trataba de limpiar su conciencia. Los que debieran arrepentirse son quienes han vendido obras de arte como el que vende patatas, reprochó.