Un día después de la muerte de Mamed Mbage en el barrio de Lavapiés, empieza a haber cierto consenso (entre el Ayuntamiento, los testigos e incluso los compañeros del fallecido) sobre las circunstancias en las que se produjo. A Mbage, un mantero senegalés de 34 años, no le perseguía la policía cuando sufrió un paro cardíaco, como se dijo en un principio, ni tampoco los agentes impidieron que recibiera asistencia. Pero eso ha influido poco en lo que ocurre ahora mismo en esta céntrica zona de Madrid, donde más de un cuarto de la población es extranjera. La muerte de Mbage ha sacado a la luz la profunda rabia de los subsaharianos por sus condiciones de vida.

Cuentan que viven hacinados y que su día a día es un continuo temor a los policías, que suelen pararlos para registrarles en busca de drogas o pedirles unos papeles que «las leyes», explican, les impiden conseguir.

Todo este hartazgo estalló primero el jueves por la noche, cuando los disturbios se prolongaron durante varias horas, dejando un rastro de restos de barricadas, contenedores y cajeros incendiados, piedras, adoquines y algunos, muy pocos, comercios con la persiana bajada. Y continuó ayer, sobre todo en la plaza de Nelson Mandela, donde los amigos del fallecido recibieron al mediodía al cónsul de Senegal en Madrid, Mouctar Belal, al grito de «¡sinvergüenza!». Belal llegó en coche oficial más de 20 horas después de la muerte de Mbage, se vio obligado a refugiarse en un bar llamado Baobab y solo salió de allí con escolta policial.