Frente a los tradicionales combustibles químicos, los motores iónicos ya han demostrado sus posibilidades como método de propulsión en naves espaciales como la estadounidense Down, que se encuentra en las inmediaciones del planeta enano Ceres, o la europea Smart, que impactó en la Luna hace 11 años. Ahora, sin embargo, la NASA prepara un salto de calidad con un nuevo prototipo que podría servir de base para futuras misiones tripuladas a Marte. Se llama X3.

Los motores iónicos, cuyos primeros conceptos tienen ya cinco décadas, son eléctricos y pueden obtener la energía primaria del Sol mediante paneles fotovoltaicos, por ejemplo, lo que entre otras ventajas significa no tener que transportar grandes depósitos de combustible desde las Tierra, resume Eduardo Ahedo, catedrático de Ingeniería Aeroespacial en la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) y participante en diversos proyectos europeos sobre propulsores iónicos.

EFECTO HALL

En la tecnología iónica más habitual se aprovecha el conocido como efecto Hall, un proceso físico descubierto a finales del siglo XIX: la energía obtenida en los paneles solares alimenta una cámara magnética en la que se inyectan partículas (generalmente de un gas noble como el xenón) que quedan ionizadas -cargadas eléctricamente- y salen disparadas a gran velocidad. Este es el caso del propulsor X3, que recientemente logró en un ensayo los récords de potencia máxima y corriente operativa logrados por un propulsor Hall.

ESCASO EMPUJE

La desventaja de los propulsores iónicos es que la cantidad de empuje producido es minúscula, pero el rendimiento es de 10 a 12 veces mayor que con propelentes químicos. Es decir, que como se logra una aceleración continua, permanente, a la larga se pueden alcanzar velocidades superiores a las de la propulsión convencional. Además, todo lo que signifique llevar menos combustible será un gran avance porque el peso es uno de los impedimentos principales para los viajes de gran distancia.