Aurora Boucher ha sufrido dismenorrea (menstruación dolorosa) desde la primera regla. «Me afectó muchísimo, pensé: yo no quiero ser mujer», rememora. Su vida ha estado marcada por el periodo. Ya en el colegio tenía que ausentarse los días con más molestias. También en la universidad tuvo problemas y se veía obligada a presentar informes médicos para justificar sus reiteradas ausencias.

En su incorporación a la vida laboral, al principio tuvo suerte. Tuvo un jefe que la permitía regresar a casa cuando aparecía la temida regla, pero todo cambió al trabajar como directiva en una multinacional. Su dolencia había aumentado, con punzadas similares a las del parto e infecciones de orina y problemas digestivos asociados, pero aún sin un diagnóstico.

«Nada más comenzar me comentaron que ningún directivo se cogía bajas médicas», relata. Ante la advertencia, comenzó a consumir días de libre disposición, pero sus superiores la citaron a una reunión, donde el aviso de su jefa fue mucho más directo: «En esta empresa, el 80% son mujeres y si todas se marcharan a casa cuando tienen la regla, no podría funcionar».

Diagnóstico tardío

Aurora dejó de ausentarse y pasaba muchas horas sufriendo en los baños. Los días en que ya no aguantaba más se marchaba a casa, pero se los apuntaba de sus vacaciones. Pasó el tiempo hasta que un día, en una feria en el extranjero, se desmayó y fue cuando, en urgencias, le dijeron que tenía un tumor (al principio pensó que era cáncer) y tras las pruebas le diagnosticaron endrometriosis.

Lleva año y medio de baja, tras dos operaciones que no le han eliminado las dolencias, que incluso le dificultan andar. Está pendiente de que un tribunal médico le conceda la incapacidad temporal o le dé el alta. La comunicación con su empresa ya no existe. Tras años de sufrimiento, concluye: «Los jefes y la gente creen que es cuestión de esfuerzo, pero cuando no te puedes levantar de la cama es que no te puedes levantar».