Teresa de Calcuta “hizo sentir su voz a los poderosos de la Tierra, para que reconocieran sus culpas frente a los crímenes -¡frente a los crímenes!- de la pobreza creada por ellos mismos”. En el sermón que acompañó la ceremonia durante la que la madre Teresa de Calcuta, fundadora de las Misioneras de la Caridad, fue declarada ayer santa para todos los católicos, el papa Francisco no desperdició la ocasión de colocar la actividad de la pequeña monja albanesa, premio Nobel de la Paz en 1978, en el contexto de uno de los principales caballos de batalla del Pontífice: la denuncia de un sistema económico que lleva a millones de personas a la miseria.

La madre Teresa era determinada e incluso testaruda, pero nunca cuestionó la labor de los poderosos con tal de que le resolvieran los problemas de atención a los desahuciados de la Tierra. Bien lo supo Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos, el día en que ella hizo llamar a la centralita de la Casa Blanca para pedir que enviasen un avión de comida a una ciudad de Sudán, sitiada por los guerrilleros de John Garang, que estaban financiados por Estados Unidos en oposición al régimen de Jartún. Teresa de Calcuta tuvo que llamar tres veces a la centralita, porque le respondían siempre: “Por favor, no moleste más”. En China, tuvo que intentar inútilmente tres y cuatro veces la apertura de las casas de su orden, porque tanto las autoridades de Pekín -que no reconoce al Vaticano- como varios cardenales de Roma observaban con sospecha el intenso movimiento internacional de la diminuta monja.

“Teresa de Calcula es santa, pero seguiremos llamándola madre”, dijo el Papa al final de la homilía, subrayando que “la misericordia fue para ella la sal que daba sabor a sus obras y la luz que iluminaba las tinieblas de cuantos no tenían siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento”.

CASTELLONENSES // Entre 200.000 y 300.000 personas siguieron la ceremonia en la plaza de San Pedro, entre ellos dos grupos de peregrinos castellonenses llegados de la Vall d’Uixó y Benicàssim. Para el acto, retransmitido por 120 emisoras, se habían acreditado 600 periodistas de todo el mundo y la misa de la canonización fue concelebrada, junto con el Papa, por 70 cardenales, 400 obispos y 1.700 sacerdotes.

En el momento clave, aplaudido por toda la plaza, el pontífice Francisco pronunció la larga fórmula en latín que sirve para que la iglesia católica canonice a sus principales figuras en un proceso que muchos consideran uno de los “procesos más democráticos del mundo, porque cualquiera puede presentar a un candidato”. El Papa dedicó la canonización especialmente de los voluntarios católicos, invitándoles a tomarla “como ejemplo de santidad”.

Terminados los actos oficiales, Francisco invitó a mil sin techo de Roma a comer una pizza en la sala de las audiencias, que habían preparado decenas de cocineros con materias primas llegadas desde Nápoles. El ágape fue pagado con el dinero del que dispone el Papa para obras de caridad. H