El papa Francisco llega este sábado a Irlanda perseguido por los ecos del último gran escándalo de abusos sexuales de la Iglesia católica. Dos cardenales invitados, el arzobispo de Boston y el de Washington, han cancelado su presencia non grata en Dublín. El rosario de horrores desvelado en Pensilvania recuerda lo sufrido por los irlandeses durante décadas a manos del clero.

La Iglesia en el país anglosajón se resquebraja. El jefe del Vaticano llega a un país muy diferente al que en 1979 recibió a Juan Pablo II, el primer pontífice en visitar la isla. Entonces 2,7 millones de creyentes, casi la mitad de la población, salieron a las calles a vitorearle. Un millón de personas asistió a la misa que ofició en el parque Phoenix de Dublín, donde ahora Francisco celebrará la eucaristía ante 500.000 feligreses que se han registrado para lograr una invitación.

MENOR PESO DEL DOGMA // Aunque el catolicismo sigue teniendo mucho peso en Irlanda, la sociedad ha decidido ignorar el dogma de la Iglesia. El país ya no acepta ser tratado y castigado como si fuera un menor de edad. Se acabaron los tiempos en que los curas dictaban desde el púlpito lo que los ciudadanos debían votar.

Los irlandeses despenalizaron la homosexualidad, han adoptado el uso de anticonceptivos y han legalizado en referéndum el divorcio (1995), el matrimonio gay (2015) y el pasado junio, con un 66% de votos, la legalización del aborto, el último gran tabú. De hecho, el primer ministro, Leo Varadkar, que hará los honores protocolarios al Pontífice, es gay y vive con su pareja.

CASCADA DE ABUSOS // Durante la visita a Galgay de Juan Pablo II, dos de las figuras más conocidas de la Iglesia irlandesa, el obispo Eamon Casey y el padre Michael Cleary, hicieron las presentaciones del invitado ante una multitud anhelante. Una década más tarde se supo que Casey había tenido un hijo con una mujer norteamericana y tras la muerte de Cleary se descubrió que dejaba en la tierra dos vástagos fruto de su relación con la criada.

Tras la hipocresía del voto de castidad, vino lo peor. Llegó la cascada inacabable de abusos sexuales de religiosos con niños como víctimas y el trato cruel y depravante a chicas y madres con hijos nacidos fuera del matrimonio. Debían proteger a los más débiles y abusaron de ellos sin misericordia. Cuatro informes ofíciales han sumado el rosario de horrores y aún hoy sigue habiendo multitud de denuncias.