«Lamentablemente no hay un plan B, sabemos que está feo, pero ante la urgencia para proteger a otras especies amenazadas, como el nóctulo gigante o el cernícalo primilla, no queda más remedio». Martina Carrete, científica de la Estación Biológica de Doñana (EDB-CSIC), justifica la propuesta más drástica para acabar con las cotorras de Kramer que invaden Sevilla.

En un primer momento, y apoyándose en el informe particular elaborado por Carrete y otro investigador del CSIC, José Luis Tella, el Ayuntamiento aprobó un plan de exterminio con escopetas de aire comprimido, pero las protestas de grupos animalistas y ecologistas han provocado que la propuesta quede en el aire. El consistorio, dice, estudiará todas las alternativas antes de seguir adelante.

Es, precisamente, la falta de opciones viables a corto plazo lo que argumenta Carrete, quien lamenta que desde que empezó la proliferación de cotorras de Kramer (Psittacula krameri) no se ha tomado ninguna medida para su control, «con lo que ahora es demasiado tarde y hay que actuar de raíz». Tanto esta especie como la cotorra argentina (Myiopsitta monachus) están incluidas en el catálogo español de especies invasoras. Su auge se produjo en los años 90, cuando se importaban como mascotas. Pero eran animales salvajes, y se escapaban en cuanto podían; con el tiempo, sus simpáticos chillidos iniciales se hacían insoportables, o picoteaban a sus dueños, y estos los dejaban en libertad. Fue el primer paso para que se asentaran en las ciudades españolas, convirtiéndose en algunos casos en un «serio problema para la biodiversidad».

Ante la falta de medidas preventivas y de control, la colonia sigue creciendo exponencialmente cada año. Zaragoza y Leganés ya optaron por acudir a las escopetas para ponerles coto. Dicen los animalistas que fue algo excepcional, tras una década acabando con sus huevos o los nidos.