Hay parejas raras. Algunas lo son realmente, otras solo lo parecen. Unir en un mismo programa el drama pasional oscuro y muy vienés ‘Eine florentinische Tragödie’ (Una tragedia florentina), de Alexander Zemlinsky, con la comedia mordaz y solar ‘Gianni Schicchi’, de Giaccomo Puccini, puede parecer a simple vista un desvarío, pero lo cierto es que esta pareja funciona de maravilla como lo demuestra el programa doble presentado por De Nationale Opera de Amsterdam.

Hay puntos comunes entre las dos óperas en un acto. Las dos pasan en Florencia. En una, la acción transcurre en el Renacimiento. En la otra, en el Medioevo. Los protagonistas son en un caso y en otro, comerciantes y terratenientes. Son la nueva clase urbana que protagoniza el gran cambio social en la Europa que ha visto nacer a la ciudad autónoma gobernada por los mercaderes.

Ambas óperas tienen una base literaria. La de Zemlinsky se encuentra en una obra de teatro inacabada de Oscar Wilde con el mismo título. La de Puccini, en un canto del ‘Infierno’, de la ‘Divina comedia’. El compositor vienés estrenó la suya en 1917, y el toscano, un año después. Y hay otro hilo que une a los compositores. Puccini se había interesado por poner música a esta obra de Wilde, aunque su editor se lo desaconsejó con lo que el proyecto no prosperó.

Pero no son estos los aspectos determinantes de este acoplamiento. El verdadero nexo de unión está en las miserias del alma humana, capaz de los mayores engaños (‘Gianni Schichi’) e incluso del asesinato (‘Eine florentinische Tragödie’) por dinero y por el sentido de propiedad representado por una mujer. En la obra de Zemlinsky solo hay tres personajes, un triángulo amoroso. Simone, un comerciante de tejidos, regresa a casa y encuentra a su mujer, Bianca, en brazos de un noble florentino. Primero ignora la situación e intenta venderle unas telas al príncipe. Su actitud acomodaticia va cambiando hasta que el comerciante propone un duelo al amante de su esposa. Lo desarma y lo mata.

El drama pasional tiene un final muy oscuro, muy propio de Zemlinsky, de la Viena en la que Sigmund Freud trazaba el mapa de la psicología moderna: “¿Por qué nunca me dijiste que eras tan fuerte?” le dice Bianca a Simone, y él responde con otra pregunta: “¿Por qué nunca me dijiste que eras tan bella?” La música de Zemlinsky es densa, corpórea, con toda la belleza del decadentismo que imprimió a sus obras (‘Der König Kandaules’, por ejemplo), con pasajes envolventes que recuerdan la música sin fin de Richard Wagner y otros en los que aparece un recuerdo precisamente de Puccini.

La historia de ‘Gianni Schicchi’ es mucho más nítida, pero al mismo tiempo muestra todas las entretelas de la condición humana ante el dinero. Es la lucha de una familia por la herencia que dejará el patriarca ante su lecho de muerte, una lucha despiadada en la que el engañador, es decir, todos los aspirantes a los bienes del difunto que elaboran una treta para quedarse con las propiedades más preciadas, acaban siendo engañados. Puccini compuso un fresco musical en el que salta de las disonancias armónicas de principios de siglo a formas antiguas para reforzar el sentido de gran farsa que tiene toda la obra.

Jan Philipp Gloger firma la puesta en escena de las dos óperas cortas presentadas por la Ópera Nacional holandesa y lo hace marcando las grandes y aparentes diferencias que hay entre ambas. Opta por la abstracción para la de Zemlinsky, mientras que presenta la obra de Puccini desde el realismo.

La primera se desarrolla en una plataforma algo elevada que va rotando e inclinándose con los tres protagonistas al límite, asomándose al abismo, dibujando siempre un triángulo con su posición. Está claro que con tanta inestabilidad, tanto movimiento que, por otra parte, nunca molesta, y con una iluminación oscura la historia no puede acabar bien. La sensación de fatalidad, de destrucción está siempre presente.

Si la idea de Gloger trasmite fielmente el contenido de la ‘Tragödie’, el tener el decorado abierto hace que se pierda en parte la voz y es una lástima porque en los tres intérpretes hay solvencia contrastada como es el caso de John Lundgren (Simone), Ausrine Stundyte (Bianca) y Nikolai Schukoff (Guido Bardi).

En ‘Gianni Schicchi’ ocurre todo lo contrario. El decorado es cerrado. Representa el salón de una casa burguesa de los años 50 del pasado siglo con una cama de hospital a un lado. Sin embargo, aquí el nivel vocal era insuficiente aunque destacaban Massimo Cavaletti como Schicchi y Mariangela Sicilia como Lauretta. Entre las varias voces estaba la de Ana Ibarra (La Ciesca) y la de Tomeu Bibiloni (Ser Amantio di Nicolao). Dicho esto, la producción de este ‘Schicchi’ tiene una gran frescura, es divertida, llena de gags, sin caer nunca en la astracanada.

Gloger depara una sorpresa al final. Se levantan las paredes de la casa y aparece la plataforma de ‘La tragedia florentina’ con los tres personajes. Es entonces cuando Schicchi, en sus últimas líneas, pide el aplauso. Lo hace desde un infierno al que todos los personajes de una y otra ópera han sido condenados.

A quien no cabe poner ninguna falta es a Marc Albrecht, director musical de la Ópera Nacional holandesa, y a la orquesta del teatro. El director imprimía una neta diferencia de los matices y los colores de ambas obras. a los que la formación orquestal respondía perfectamente.

‘Eine florentinische Tragödie’ junto a otra ópera breve de Zemlinsky debía representarse en el Liceu en la temporada 2011-2012, pero el programa doble fue retirado de la programación. A Josep Pons, director musical del teatro, le gustaría presentarla en un futuro próximo, aunque fuera en versión concierto, con Albert Dohmen que actualmente está interpretando el rey Marke en ‘Tristan und Isolde’.

Ópera vista el 24 de noviembre.