Los periodistas hemos perdido la esencia de nuestro trabajo: la verdad. Cotiza más el bulo que el hecho comprobado. Marcan el paso medios militantes como Fox News que no buscan narrar lo que sucede sino suministrar material, a menudo incendiario, real o falso, a un público que exige alimentar sus prejuicios. Del lodo de la ignorancia brotan webs como Breitbart, creada por el supremacista blanco Steve Bannon, ascendido por Trump. Llevamos tiempo sometidos a la dictadura de lo espectacular, el trending topic, el impacto y el prime time. Se extravió el objetivo original del periodismo: explicar un mundo complejo.

La culpa del desarme ético del periodismo profesional, debilitado para hacer frente al reto de Trump y de líderes similares, es de los propios medios: sustituyeron el negocio de la credibilidad por la obediencia a accionistas.

La irrupción trumpiana nos sorprendió informando de lo banal; igual que el Brexit o lo que pueda suceder en Francia en mayo. Allá está Donald; aquí, la ley mordaza. En Francia, las leyes de emergencia. Vivimos un retroceso en la libertad de expresión. Y está el miedo; a perder el trabajo, miedo a que te encarcelen por un tuit.

HECHOS ALTERNATIVOS // El presidente de EEUU bravuconeó en julio del 2016: «Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos». Lo peor es que tiene razón. Es el primer mandatario estadounidense en décadas que no presenta su declaración de renta. No es un disparo, pero sí un insulto a la ciudadanía. Nos escandaliza Kellyanne Conway, asesora de comunicación de Trump, cuando habla de «hechos alternativos» para defender que en una inauguración hubo millones de personas, pese a que las fotos lo desmienten. Es la misma Conway que se ha inventado la matanza de Bowling Green para justificar el veto a personas de siete países de mayoría musulmana. El problema es que a los votantes de Trump y a una sociedad golpeada, poco leída y desmovilizada, les da igual.

The Economist lo llama «era de la posverdad». No es nuevo que los líderes mientan. La novedad es que a los ciudadanos no les interesa la verdad. Y lo sabe Trump cuando arremete contra periodistas, actrices y jueces. Es su cortina de humo. Y funciona: más del 50% de sus votantes republicanos creen que ganó a Hillary Clinton en voto popular pese a perder por tres millones.

MAGULLADO // Trump golpea a un periodismo magullado. Quedan en EEUU grandes cabeceras, como The New York Times o The Washington Post, pero corren el riesgo de perderse en la anécdota. En paralelo, se han publicado decenas de buenas historias humanas de los afectados por «el veto musulmán». ¿Llegan al gran público? ¿Modifican la percepción de la mayoría? Hay dudas, pero en la red han surgido medios que apuestan por la investigación y el reportaje, relegados en España. Será la alianza entre los medios tradicionales y los digitales la que fiscalice a un presidente muy imprevisible.

REDE SOCIALES // Las redes sociales no son aún alternativa suficiente y sostenible, pese a que aportan nuevas voces y quiebran el monopolio de lo tradicional. En la transmisión masiva de la verdad se ha difuminado la verdad. En internet fluye mucha basura que se presenta igualada a las buenas historias. Es la tesis de David Remnick, director de The New Yorker, una revista de referencia y puntal de la resistencia contra Trump.

La diferencia es que antes había en los quioscos periódicos y revistas con prestigio que separaban lo importante de lo superficial. Muchos se han dejado contagiar por el todo vale, el corta y pega. Será más barato, pero nos está matando. Además de los medios, las manifestaciones, los actos de resistencia y las donaciones a organizaciones de defensa de los derechos civiles, la oposición está en los cómicos, en programas como Saturday Night Live. Para Jett Heer, editor de The New Republic, «la broma no derrotará a Trump, pero ese no es el asunto. Los chistes le ayudaron a ganar la presidencia. Quizá ahora ayuden a que sus oponentes le sobrevivan».