Equivocarnos forma parte del proceso natural de la vida. Los fallos se acumulan a medida que crecemos y evolucionamos. Son parte del aprendizaje y nos ayudan a ver cómo podemos seguir evolucionando. De hecho, sin fallos iniciales, no habría un aprendizaje, ya que necesitamos catalogar las formas correctas e incorrectas, y en esa diferencia se asienta el desarrollo.

Sin embargo, no todo es positivo en las equivocaciones. Nuestra autoestima, nuestra valoración y nuestra autoimagen se basan en las cosas que hacemos y decimos. Esto hace que, ante un acierto sintamos alegría y ante un error pena tristeza, ira o miedo. Esa imagen que tenemos de nosotros mismos y la imagen que proyectamos a los demás se ve debilitada. Es ahí donde a muchas personas les cuesta asumir que han tenido un fallo, lo ocultan y entran en enfrentamientos con los demás.

HUMILDAD

Admitir que nos hemos equivocado necesita como premisa estar en posesión de una autoestima óptima, ya que, como hemos dicho, la autoimagen se pondrá en juego. Sin esta fortaleza, podemos ver nuestro bienestar emocional comprometido y sentirnos aún peor. Por lo tanto, en aquellas ocasiones en las que debamos admitir un error, tendremos antes que armarnos de valor y enfrentarnos a nuestra humanidad y a la concepción de que no somos perfectos, lo cual activa en determinadas personas su autoexigencia.

También entran en juego las creencias que tenemos programadas sobre nosotros mismos y sobre el mundo. Esto hace que, unido a un sesgo de confirmación tendamos únicamente a buscar todo aquello que pruebe que tenemos razón, obviando las pruebas en contra. Esto es especialmente dañino en aquellas personas que tienen una mayor necesidad de control y que necesitan tener siempre razón.

La necesidad de control consiste en buscar que el mundo, incluidas las demás personas, funcione como nosotros deseamos, porque realmente sentimos que debe ser así. No es realmente una conducta narcisista, sino una falta de visión del prisma completo. Se conciben las cosas como absolutas, sin matices, por lo que, si nosotros hemos pensando que algo es blanco, es porque realmente es blanco. Esto también funciona con nosotros mismos, donde el control se relaciona con la autoexigencia, pero también con dosis más altas de ansiedad y frustración.

MIRA EL FALLO

Los fallos nos acompañarán siempre y las emociones relacionadas nos influirán en nuestro día a día, pero también a largo plazo, ya que son acumulativas. Dichas emociones, de ser negativas, nos harán gestionar cada vez peor el fallo, predisponiéndonos paradójicamente a repetirlos con una mayor frecuencia.

Con estas pautas, podremos trabajar mejor la aceptación del error y poderlo admitir con los demás y con nosotros mismos desde un mayor bienestar emocional:

1. Soy responsable

Pero sin culpa y solo de determinadas cosas. Somos responsables de lo que decimos, hacemos o cómo actuamos, pero no de las interpretaciones que hacen los demás o cómo ellos lo gestionan.

2. Autoengaño

Debemos estar especialmente atentos a todos los momentos en los que nuestro cerebro busca justificar el fallo. Formará parte de su protección y del ego.

3. Busca el aprendizaje

Todo error llevará una lección, incluso en aquellas ocasiones donde no nos queden más oportunidades.

4. Empatía

Piensa en cómo la otra persona se siente y en cómo se sentiría al admitir que te has equivocado.

5. Tristeza

Cuando ha habido una pérdida, como el cometer un error, o cuando algo no ha estado a la altura de las expectativas, la emoción idónea es la tristeza, la que acompaña siempre al desarrollo. Todas las demás, como la ira o el miedo, solo lograrán generarnos frustración o indefensión.

Solo con la admisión, la aceptación y la corrección de los errores nos llevará al crecimiento, la empatía y el desarrollo. Es la forma que tiene el ser humano de aprender y se cada día mejor, lo cual supone enfrentarnos a nuestro orgullo y cambiar la imagen que tenemos de nosotros mismos.

* Ángel Rull, psicólogo.