Varias parejas de turistas se dan la mano en Barcelona mientras se disponen a recorrer algunos de los paseos por la montaña. A escasos metros de ellos, adentrada en la vegetación, se divisa una chabola de mantas y maderas donde duerme un grupo de niños migrantes. Ya hace más de cinco meses que las autoridades son conscientes de esta dramática situación. Pero el problema no se ha resuelto. Y es que esta estampa no solo se puede encontrar en Barcelona: la presencia de menores extranjeros no acompañados (mena) que flirtean con la delincuencia y que no quieren vivir en los centros tutelados se hace también extensible a muchas otras ciudades de todo el país.

Para tratar de integrar a estos jóvenes migrantes a los que no les gustan las normas y prefieren la vida precaria --muchos se escapan de las comisarías tras salir en libertad con cargos--, los expertos proponen crear un recurso público de baja exigencia para lograr que estos niños dejen la miseria.

FLEXIBILIDAD Y POCAS REGLAS // Se trataría de un centro con muy pocas reglas y horarios muy flexibles. «La idea es que empiecen a venir para comer, a ducharse, a dormir, y que, poco a poco, los podamos atender psicológica y educativamente que entren en el sistema», explican fuentes conocedoras de la propuesta. El equipamiento intenta reproducir los centros que existen en Tánger (Marruecos) para los niños que están en esta misma situación.

El Ayuntamiento de Barcelona, una de las ciudades donde viven más jóvenes sintecho, cifra en 70 los niños en situación de calle en la capital catalana. Es el caso de Ahmed. Es la hora de comer, y tiene hambre. Viste chanclas, una gorra y está lleno de manchas de barro y comida. Le empieza a salir vello en el bigote. Comenta que tiene 15 años y que dejó Marruecos para buscar una vida mejor. Rehúye los centros de menores. «No me gusta, muchas normas, aquí soy libre», explica. El resto de sus amigos sigue durmiendo. Se ven sus pies en los colchones que usan para tumbarse dentro de su precaria vivienda.

Según este joven, serían una decena los niños que pernoctan en ese espacio. «Algunos pequeños, diez años», dice en un castellano en el que le cuesta expresarse. Estuvo varios meses viviendo allí, en la calle, hasta que decidió meterse en un camión rumbo a Europa. «Preferiría un trabajo, pero no pienso volver. Aquí estamos bien, no nos molestéis», recalca.

Los datos dejan entrever una posible correlación entre mena y delincuencia. Por ejemplo, los robos con violencia e intimidación han aumentado en Barcelona durante los últimos meses y diversas fuentes policiales -aunque ninguna lo hace oficialmente- mantienen que tal ascenso guarda relación con el 18% de mena que se han enquistado en las calles. Duermen a la intemperie, en pisos ocupados o en plazas públicas y asaltan a turistas -o autóctonos-- para sustraer teléfonos móviles, carteras o relojes.