Cada 40 segundos una persona se quita la vida en el mundo. Es la primera causa por muerte violenta, según la OMS. Sin embargo, seguimos regateando la evidencia. Es 'lo innombrable'. Este ensayista ha dado el paso y ha construido una monumental historia del suicidio.

Asegura Ramón Andrés que, cuantos más años cumple, más comprende los dos lados de cualquier asunto. "La única manera de acercarse al absoluto es no juzgar", dice uno de sus aforismos, un género que también cultiva. Esa mirada que intenta comprender lo incomprensible -pero también por la tentativa de explicarse un doloroso episodio de juventud- le ha permitido construir la 'Historia del suicidio en Occidente' (Acantilado), un paseo desde la cueva a la era digital por el "darse muerte".

¿Por qué el suicidio nos parece intolerable? Porque nos aterra la muerte que no viene de la naturaleza. El suicida rompe el tiempo humano, vulnera el orden. Sin embargo, el dolor moral excede a toda época. Siempre ha existido el deseo de salida cuando la casa está ardiendo. Es instintivo. Obedece a nuestra condición humana y a la sospecha que despierta la vida. Al menos, desde que ganamos los últimos 300 gramos de cerebro.

Eso fue en la prehistoria. A partir del Australopitecus se incorpora la carne a la dieta, lo que intensifica la caza, el manejo de herramientas. Prevalecer sobre los rivales significa existir en la mirada del otro. Hay una necesidad de reconocimiento. Y en algún momento, aparece el impulso del ceder.

¿El miedo enciende la mecha? El miedo hace de la seguridad una ideología. Siempre ha sido rentable. La muerte industrializada de la segunda guerra mundial generó un miedo colectivo muy profundo, que aún perdura, similar al que sentía la ciudad medieval cuando se acercaba la peste negra o a la convicción actual de que no habrá comida y agua para 10.000 millones de personas en el 2050. El dominio no se ejerce con cadenas, sino infundiendo inseguridad.

¿Y ese impulso 'de ceder' se ha condenado siempre igual? En la Antigüedad se condenaba al esclavo que se quitaba la vida, porque arrebataba "un bien" a su dueño. Es Aristóteles quien formula la condena por primera vez: "No puedes darte muerte -el término 'suicidio' aparece en el siglo XVII- porque eres propiedad de la sociedad". Perfila al ser humano como proyecto político. Y San Agustín retoma y amplía la idea: "No puedes darte muerte porque no eres tuyo, eres de Dios". En la Edad Media se considera el suicidio obra del diablo y se lo asocia a la locura.

Una época severa en sus juicios. Sí. El goce de la mujer en el coito era condenado porque podía engendrar a un suicida o a alguien maltrecho. Descuartizaban al suicida y lo exponían en la plaza pública. Y en el XVIII, lo enterraban boca abajo para que el alma no ascendiera, o en un cruce de caminos, para que no supiera qué dirección tomar. Hasta los años 80 del pasado siglo la ley marcaba que se los enterraran fuera del recinto católico.

¿Nunca hubo una época de comprensión? En el Renacimiento, cuando el individuo dice "yo soy yo", no se condena de manera expresa el suicidio entre las clases altas, por cuestiones de honor. A finales del XV en las casas había pinturas de Lucrecia clavándose el cuchillo -Lucas Cranach pintó unas 30 'lucrecias'-, cosa que hoy sería imposible. Y en la Ilustración, con su proyecto del hombre nuevo, se empezó a proteger al individuo, a darle un Estado de seguridad y consideró el suicidio como una usurpación.

Extraño que en la era de la Razón no aceptaran el darse muerte, ¿no? La razón se transformó en lógica. No exploramos sus otras dimensiones.

Karl Jaspers, ya en el XX, dijo que "la disposición al suicidio nos hace libres"? El existencialismo lo sublimó. Y el suicidio obedece a algo tan llano como no poder soportar la desesperación.

La medicina asegura que hay una patología detrás del 95% de los suicidas. No es creíble. Es verdad que en las autopsias se detectan niveles más bajos de serotonina. Pero cuando el 'mal de las vacas locas' sacudió Gran Bretaña en los 80, el Gobierno tuvo que requisar las armas por la epidemía de suicidios de granjeros. Su dolor era moral, no físico. No hay que medicalizar la condición humana, cosa que le viene bien a la industria farmacéutica. Jaspers, que era psiquiatra lo cifró en un 35%.

¿Entonces? ¿Pesa el dogma? El discurso judeocristiano, mezclado con Grecia y Roma, explica cómo somos. Pero en la Biblia hay un montón de suicidios y ninguno se condena. Saúl se echó sobre su propia espada, Judas se ahorcó, el mismo Jesús optó por su muerte.

Una rara perspectiva en días como estos. Kierkegaard lamentó que Jesús no tuviera otro final. Un final que nos embadurna, porque el Modelo es una muerte voluntaria. Inconscientemente, eso ha dejado un poso. El hijo de un padre suicida tiene más probabilidades de quitarse la vida, porque el padre le dio 'permiso'.

¿El yihadista que se inmola en qué categoría entra? Émile Durkheim, estudioso del suicidio de finales del XIX, estableció una división en la que figura el 'suicidio altruista' ("yo muero para que tú puedas seguir viviendo"). El yihadista ­-aparte de la promesa de 72 vírgenes- entra en esta categoría. También Jesús.

¿Hay una motivación más recurrente que otra? La que se lleva la palma es la 'desesperación repentina', el suicidio no meditado. El no poder más.

¿El mundo contemporáneo agrava ese ‘no poder más’? El estrés no es algo nuevo. Lo hubo cuando había que caminar 20 kilómetros para conseguir una pieza de caza o cuando se avecinaba una peste a la ciudad. Ocurre que ahora partimos de la comodidad.

¿Y por qué se dan más en primavera? La primavera es violenta. También son más violentos los hombres que las mujeres y, por eso, la proporción es de tres a una. El regazo es fortísimo.

¿Existe el efecto contagio? Sí. Tras la publicación de 'Las desventuras del joven Werther', la novela de Goethe, hubo unos 2.600 suicidios de jóvenes. Esa es otra razón por la que se teme hablar en la esfera pública.

Pero hay que hablar... de que no estamos bien adaptados al mundo. Nunca lo hemos estado. El lenguaje ha hecho que podamos dominar ciertas parcelas, pero no todas. Nos cuesta mucho asumir la adversidad; se nos activa el sentimiento autodestructivo (el "ya basta") y, a la vez, el de supervivencia ("van a ver").

¿Sabe qué piensa un suicida instantes antes de darse fin? Según una teoría del intelectual francés Maurice Blanchot, en el fondo, el suicida no cree que vaya a morir para siempre. Anida un pensamiento de vida. A veces, incluso se mata por amor a la vida.

Durante la crisis, en España se han registrado un 20% más de casos. Vemos en primera línea la depredación de la que es capaz el sistema, la erosión que causa en la población, el estrés por la difícil supervivencia. Esto causa un deterioro en la conciencia. El cansancio, el hastío, nos hace más frágiles.

¿El sistema perturba? Vivimos pendientes del futuro, ya sea a través de las ideas progresistas que hablan de una utopía que nunca llega, o de las cristianas que creen que esto es un valle de lágrimas y hay que esperar el paraíso en la otra vida, o de las promovidas por las industrias de ocio, que prometen unas vacaciones en Malasia y no en Vic. Menospreciamos el presente. Nos da miedo el vacío. Y n medio de todo esto hay una necesidad imperiosa de autoafirmación.

¿De ahí el éxito de Instagram? Y de los gimnasios. El individualismo ha desarrollado un tremendo narcisismo. El mensaje es "sé superior a ti mismo", como diría Nietzsche. A lo largo de la historia, cambia la mentalidad pero no la esencia humana. Usted se parece muchísimo a una mujer egipcia del año 4.000 antes de Cristo. Siempre hemos intentado armonizar los elementos opuestos que hay en nosotros.

¿El mejor antídoto contra la tentación suicida? Dejar de sentirse un competidor con uno mismo y con los otros, no vivir atléticamente batiendo marcas. No sabemos dejarnos en paz, asumir lo que somos.

No es el mensaje colectivo que recibimos. Somos más salvajes que en el siglo IV antes de Cristo. Ni la técnica ni la escolarización nos han mejorado apenas. Una prueba: en la nación supuestamente más avanzada del mundo está mandando Trump.