No es gratuito que Omar no mencione su homosexualidad durante la entrevista porque es precisamente su orientación sexual lo que le obligó a abandonar su país, Níger, hace unos cuatro años. Y aunque lo tenga asumido y aquí todo sea muy distinto, uno es dueño de su privacidad, y, sobre todo, del poso que dejan los malos momentos pasados. Su deseo era llegar a Francia, pero no lo consiguió. Tuvo que quedarse en Barcelona, donde ahora dice ser feliz. Tiene trabajo en un restaurante chino del Eixample y vive en Santa Coloma. Quiere ser cocinero.

Lo resume con un silencioso "problemas de la vida". El resto hay que ir preguntándoselo con mimo, porque está claro que prefiere hablar del futuro que del presente. Pero no queda otra si de lo que se trata es de radiografiar la vida de un refugiado, desde que decide abandonar su hogar hasta que consigue establecer un nuevo nido. Dejó Níger atrás y se fue a Argelia, pero la cosa no fue mejor, así que decidió saltar a Europa vía Marruecos. Le tocó, como a muchos, jugarse el tipo en la valla de Melilla. La cruzó. "Entré en España con las manos y las piernas llenas de sangre". Entre una cosa y otra, acabó en un autocar con destino a París. Eligió Francia por el idioma. Pero en la frontera le detuvieron y acabó en el Centre de Internamiento de Extranjeros de la Zona Franca de Barcelona. De ese "mes y cuatro días" recuerda "las duchas con agua fría y no ver el sol".

"ITINERARIO DE ÉXITO"

El caso de Omar, según Tòfol Marquès, técnico de la Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado (CCAR), es lo que se conoce como un "itinerario de éxito", a lo que aspiran todas las entidades que asisten a los solicitantes de protección internacional. Superó bien las dos primeras fases, la de la acogida, que incluye un cierto conocimiento del idioma, y la de la normalización de la situación. Su experiencia le dice que la gente no busca "vivir de ayudas". Lo que quieren, sostiene, es libertad y autonomía. Y eso se consigue, entre otras cosas, por la vía laboral que Omar ya ha conseguido.

El Gobierno está estudiando el caso de Omar. De momento, dispone de la tarjeta roja que le autoriza a quedarse en el país mientras dure la deliberación. Si se le acepta, bienvenido a una nueva vida. Si no, se convierte en un inmigrante irregular. Y da igual si ha logrado echar raíces. Le quedaría la vía del arraigo social: demostrar tres años de residencia en España y disponer de un contrato de trabajo.

El refugiado pasa del calvario de su país de origen al sinsentido administrativo de la tierra de acogida.