Cada argentino suele comer más de 50 kilogramos de carne por año. Mastica con despreocupación, sin saber que para la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) los rumiantes producen el 9% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). El gas metano que expulsan sus cuerpos es 25 veces más potente para provocar el calentamiento global que el CO2 de los combustibles fósiles. En este país que tiene a la vaca como símbolo profano, sus emisiones aportan el 39% de la contaminación a nivel nacional, según estimaciones del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

Desde la ONU se ha hecho recientemente un llamamiento a variar la dieta, frenando el consumo de carne, pero obviamente los ganaderos prefieren dar con otros atajos que, como a los productores de combustibles fósiles, les permitan seguir con su negocio.

Conscientes de la dimensión del problema, técnicos del organismo oficial argentino iniciaron a principios de esta década un proyecto que se acabó bautizando como el de la vaca mochilera. Consistía en capturar el metano de los bovinos a través de unas cánulas insertadas en su cuerpo, transformarlo en biocombustible y utilizarlo para generar luz, calor, alimentar una heladera y hasta el motor de un auto.

BIODIGESTOR CON PATAS

"Es una forma económica y práctica de secuestrar esas emisiones y utilizarlas como sustituto energético", afirmaba en su día el padre del proyecto, el coordinador del grupo de Fisiología Animal del INTA Castelar Buenos Aires, Guillermo Berra. "En aquellos lugares donde no llega la energía convencional, los productores pueden tener una alternativa para cocinar, iluminar sus viviendas e, incluso, manejar sus autos", indicaba el investigador, que pensaba en la vaca como un "biodigestor con patas".

Años después, Berra está jubilado y su plan, que se ganó titulares en todo el mundo, desechado, como otras tantas fantasías tecnológicas. "No tiene validación científica", ha afirmado a El Periódico, Patricia Ricci, la responsable del proyecto que ha sustituido a la vacas mochileras. Ahora el INTA ya trata de extraer el metano sino de medir exactamente la cantidad que emiten las vacas situándolas en cuatro cámaras de ambiente controlado.

MENOS GASES, PERO LIBRES

Las cámaras se reparten entre la localidad bonaerense de Balcarce, a 400 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, donde impera un clima templado, en la norteña y subtropical provincia de Tucumán. Así puede medirse la cantidad y las características de los gases en función de las distintas zonas y tipos de alimentación.

"Lo que promovemos es un manejo sustentable para poder continuar generando la carne y la leche de una manera más eficiente posible. Los GEI siempre existieron de parte de los rumiantes. Es el resultado biológico de los procesos de digestión. Un país ganadero no puede evitarlos. Pero si puede mejorar la producción. Mejorar la calidad de las pasturas y los suplementos alimentarios. Hacer más eficiente el sistema productivo redundará en menos gases de efecto invernadero", concluye Ricci. Ahora sí tocan de pies en el suelo.