Los robots ya no están solo en las cadenas de montaje. Programas dotados de inteligencia artificial, los llamados bots, comienzan a asistir a los trabajadores humanos en tareas intelectuales consideradas hasta ahora como más o menos rutinarias, como el filtrado de llamadas, la selección de personal, el control de empleados, la asignación de trabajos o la redacción de textos. Como asistentes, compañeros o capataces. Y no son cosas que hayan de pasar en un futuro inmediato. Ocurren ya y van a ser cada vez más habituales.

Son programas que aprenden de toda la información que reciben y su éxito depende de la precisión con la que se han escrito (aprendizaje automático) pero también de la cantidad de datos que procesan (deep learning).

trabajo sucio // Cuantos más, mejor, aunque también puede suceder que, como aprenden de lo que procesan, deriven en los llamados sesgos, comportamientos no deseados, como el bot de Microsoft que tuvieron que desactivar porque se volvió racista o los dos ordenadores entrenados por Facebook para mantener conversaciones entre ellos que acabaron creando un lenguaje propio que no entendía nadie más.

El modelo propuesto es el de un asistente virtual (invisibles, nada de hombrecillos metálicos sonrientes) que haga lo que no queramos hacer como cribar miles de currículums de candidatos, responder una y otra vez a las mismas preguntas, poner subtítulos, analizar conversaciones o escribir notas según patrones, por ejemplo.

La mayoría de soluciones de inteligencia artificial son productos a medida, pero ya empiezan a aparecer módulos personalizables en los grandes software empresariales. Hasta Linkedin, la popular red social de negocios, y Google están probando en inglés un sistema inteligente para su servicio de mensajería que ofrece respuestas automatizadas según la respuesta del usuario, que puede elegir entre las que le ofrece la máquina o poner la suya.