Después de 16 años viviendo con un gatillo en la sien, tres lustros encerrado en el corredor de la muerte, Pablo Ibar espera su nueva oportunidad para demostrar su inocencia. Pero la espera se le está haciendo eterna. El aire acondicionado de la cárcel del condado de Broward (Florida) lleva cinco semanas estropeado. Y no tiene ventilador en la celda. Ni ventanas en el módulo. Vive atrapado en un uniforme de polyester. «Tienes que buscar formas de refrescarte, pero no tienes hielo ni puedes ir a la nevera a por agua fresca», dice su mujer, Tanya Quiñones. Sin gota de aire, todo es más opresivo si cabe. «Está siendo muy difícil y te pasa factura porque te vuelves más agitado. A la prisión no le preocupa lo más mínimo. No han hecho nada para arreglar el aire», añade.

El juicio todavía no ha comenzado, pero sí la fase preliminar. El jueves pasado se celebró la última vista. «Pablo estaba un poco ansioso y aprehensivo, pero en general está animado», asegura su abogado, Benjamin Waxman. El letrado presentó una moción para invalidar el testimonio de Gary Foy, el vecino de Sucharsky que dijo ver a los autores del crimen salir de la casa y 19 días después del triple asesinato identificó la foto de Ibar entre varias como el hombre que iba en el asiento del pasajero a pesar de tener los cristales tintados. Aun así, la defensa sostiene que hay probabilidades de que se diera pie a una identificación errónea.