Salvador V., de 89 años, se dio cuenta, un día del pasado septiembre, de que algo raro le pasaba cuando constató que no podía explicar a su hija dónde estaba la sastrería que buscaban. No pasaba del «P….P…P…», aunque juntaba los labios e inflaba los mofletes. Sin embargo, no se asustó. Ella sí se percató de la gravedad del momento, y corrió al móvil. Llamó al 061. Su padre estaba sufriendo un ictus del que no era consciente. El ictus, o infarto cerebral, conocido como embolia el siglo pasado, no es tan temido ni conocido como el que afecta al músculo miocardio del corazón, aunque uno y otro coinciden en dejar unas secuelas susceptibles de limitar gravemente el resto de la vida, o de suprimirla.

En el pasado año 2015 fallecieron 29.000 personas en España por un ictus, y 81.000 a causa de un infarto de miocardio.

«Muchas veces, los síntomas del ictus se malinterpretan y, como en un 99% de los casos no duele, no es raro que no se les dé la importancia que tienen, en especial en los primeros momentos», asegura el doctor Jaume Roquer, responsable del área de Neurología en el Hospital del Mar, de Barcelona, donde atienden más de dos ictus al día en el centro.

El ictus es una crisis brusca e indolora -a veces lo precede un fuerte y raro dolor de cabeza- que interrumpe la circulación sanguínea que transportan las arterias cerebrales. Esto puede suceder de forma masiva y fulminante, como ocurre cuando uno de esos vasos sanguíneos revienta y da lugar a una hemorragia que, dado lo inaccesible de la zona inundada y la imposibilidad ósea del cerebro para expandirse y alojar temporalmente la sangre dispersa, implica un alto riesgo de muerte. Pero el ictus hemorrágico representa no más del 15% del total de accidentes cerebrovasculares. Al igual que ocurre con el infarto cardiaco, no hay datos sobre cuántas personas mueren por un ictus sin llegar a un hospital.

El ictus isquémico surge de la obstrucción parcial o total de una o varias de las arterias que llevan la sangre desde el corazón hasta el cerebro, lo que da lugar a un insuficiente riego sanguíneo de los centros neuronales que dirigen todas las funciones del organismo humano. Esa obstrucción la causa un coágulo de sangre que tapona el vaso, o una porción de materia grasa que se ha desprendido de las paredes de la arteria. El tiempo que invierte ese obstáculo en taponar por completo la arteria ocupada, y la supresión de neuronas que se produce en ese espacio, determinan el futuro de quien lo sufre.

NUNCA SON TONTERÍAS // «La resistencia de una neurona que no recibe sangre es impredecible, algunas sufren lesiones irreversibles a los cinco o 15 minutos tras iniciar la isquemia -afirma Roquer-. De forma general, se considera que las primeras seis horas son las definitivas, tanto desde el punto de vista de la supervivencia como de las secuelas».

La información de que disponga esa persona sobre lo que le está pasando es, por tanto, clave. Aunque por su rareza puedan parecer una tontería, nunca se deberían considerar así las señales que percibe quien acaba de iniciar un ictus isquémico. Perder la visión de un ojo, o ver solo una cuadrícula del espacio con uno o dos ojos; sentir una una evidente falta de fuerza en una parte del cuerpo -el brazo y la pierna izquierdos, o los derechos- notar que media cara se ha vuelto insensible, como de corcho, y que la boca se tuerce al intentar hablar son detalles que deben movilizar de inmediato a quien los percibe en sí mismo o en otra persona.

El tratamiento que reciben estas personas está determinado por el tiempo transcurrido desde el inicio del ictus. Si no han pasado más de tres o cuatro horas desde que el paciente identificó algún síntoma, el proceso puede consistir en localizar con pruebas de imagen el punto en que se encuentra el trombo obstructor e intentar que se disuelva.