La pandemia del coronavirus es el reto excepcional ante el cual teóricamente la Unión Europea (UE) debería haber marcado la diferencia, gestionando en común la crisis y protegiendo de forma colectiva la salud y el bienestar socioeconómico de los europeos. Pero no ha sido así. Tras dos meses de televisada expansión del virus en China, la epidemia alcanzó a la UE descuidada y mal preparada y sus estados han actuado de forma improvisada, descoordinada e insolidaria. Que China haya acudido en ayuda de Italia con los suministros médicos que le habían negado Alemania y Francia indica que la UE no es la gran potencia que creía ser. «El covid-19 muestra lo poco que significa ser europeo en tiempos de crisis», ha lamentado el exprimer ministro belga Guy Verhofstadt.

Tras una década de política de austeridad y recortes, la sanidad pública ha quedado muy fragilizada en varios países, como España, Italia y Francia. El número de camas para cuidados curativos en los hospitales ha bajado a 242 por cada 100.000 habitantes en España, a 262 en Italia y a 309 en Francia, en contraste con las 601 de Alemania, según Eurostat. En España hay 3.500 camas curativas menos que antes de la crisis financiera. El gasto público en sanidad por habitante se limita a 2.221 euros en España y a 2.522 en Italia, sube a 3.883 en Francia y alcanza los 4.459 en Alemania.

Esto ayuda a explicar el bajo número de fallecidos hasta ahora en Alemania por el coronavirus (31), 7,8 veces menos que Francia con un 45% más de casos confirmados alemanes, y la cifra tan desproporcionadamente alta de muertos en España y en especial en Italia, según la base de datos mundial de la Universidad Johns Hopkins a mediodía de ayer.

Sin planes

La epidemia alcanzó a Europa sin que la UE, ni sus estados, hubieran adoptado medidas preparatorias, como planes de contingencia y el reforzamiento preventivo del personal y el equipamiento sanitario, aunque desde principios de enero el mundo asistía en directo a la expansión de la epidemia en China y en otros países.

Europa creía que la epidemia no iba a afectarle, pese a vivir en un mundo interconectado por avión y a la facilidad de contagio del coronavirus, ya que sus síntomas leves en el 80% de los casos facilitan que pueda pasar desapercibido. Los dirigentes europeos compartían la convicción de la entonces ministra de Sanidad francesa, Agnès Buzyn, que afirmó el 24 de enero que el riesgo de contagio del virus en Francia era «prácticamente nulo» y que el riesgo de propagación era «muy débil».

Cuando se expandió sin control por Italia cundió el pánico y cada país de la UE actuó de forma unilateral con su lógica nacional en el cierre de fronteras, la suspensión escolar, el confinamiento y las medidas económicas, sin coordinación real, ni estrategia común. Holanda y Suecia rechazan parar la economía y confinar a la población y Polonia obstaculiza el paso a los ciudadanos bálticos que quieren regresar a sus países.

Fuerte caída de ingresos

El parón económico y el confinamiento provocarán una drástica caída de ingresos en amplias capas de la población europea y agravarán aún más la desigualdad. Las medidas nacionales anunciadas pueden evitar la quiebra masiva de empresas, pero seguirán implicando fuertes pérdidas de ingresos para millones de familias de asalariados y autónomos que se están quedado sin trabajo.

El seguro de paro es inferior al salario y su cobro se demora, mientras que las facturas cotidianas no disminuyen, con el agravante de que el 9,2% de los empleados de la eurozona tienen ingresos inferiores al umbral de pobreza, un porcentaje que roza el 13% en España.

El Eurogrupo estima que la flexibilidad del pacto de estabilidad es suficiente para gestionar la crisis, pero la emergencia sanitaria y la severa recesión del coronavirus requieren suspender por largo tiempo el corsé del déficit público, mantener al máximo los ingresos de la población y un posterior plan de reactivación global.

Subsanar errores

El Banco Central Europeo (BCE) acaba de anunciar un programa adicional de inyección de fondos a la economía por valor de 750.000 millones de euros, cuando la semana pasada había limitado la cifra a 120.000 millones de euros, en contraste con los 650.000 millones de euros anunciados por la Reserva Federal de Estados Unidos, así como su respaldo a los pagarés de las firmas norteamericanas por otros 1,2 billones.

El BCE trata de subsanar ahora los errores que cometió la semana pasada, cuando su presidenta, Christine Lagarde, descartó actuar para contener la especulación contra la deuda de los países débiles de la eurozona, como Italia, agravando el desplome bursátil.