El satélite Gaia, la joya de la ciencia aeroespacial europea, despegó ayer para una misión de cinco años que espera revolucionar el conocimiento de nuestra galaxia y aportar información variada sobre mil millones de estrellas y otros incontables objetos del firmamento. Todo ello según las previsiones, claro está, puesto que aún tiene por delante un viaje de tres meses hasta llegar a su privilegiado mirador, el llamado punto de Lagrange 2 o L2, y un complejo proceso de calibración, empezando por el enfoque fino de los dos telescopios a bordo. “La precisión es clave porque es lo que permitirá determinar la posición y la distancia de lo que vamos a observar”, resume Xavier Luri, astrónomo de la Universitat de Barcelona que desde 1998 trabaja en la simulación de Gaia.

El cohete Soyuz encargado de poner en órbita y de impulsar a Gaia despegó desde el puerto guayanés de Kurú ayer a las 10.12, hora española. Los representantes de la Agencia Espacial Europea en Kurú y en el centro de operaciones de Darmstadt (Alemania) irrumpieron en aplausos.

Gaia dará vueltas sobre sí misma cuatro veces al día, lo que le permitirá enfocar todo el firmamento sin excepciones. Como las datos se van acumulando, al cabo de seis meses ya se habrá hecho el primer barrido completo.

Al cabo de cinco años, según las previsiones, Gaia habrá observado cualquier rincón de la galaxia una media de 70 veces, lo que permitirá disponer hacia el 2022 de un completísimo mapa de la Vía Láctea en 3D. El satélite realizará de forma automática la primera selección, eliminando las imágenes en las que no se observe nada. De lo contrario, la información sería inabarcable.

Antes del 2022 ya habrá resultados preliminares. “Haremos cinco entregas, cada una mejor que la anterior”, avanza Luri. La primera, en el 2015, solo aportará la posición de las estrellas, pero ya será muy superior a cualquier otro censo de la Vía Láctea. Las siguientes entregas avanzarán el objetivo de la misión: determinar la distancia entre ellas y observar la Vía Láctea en 3D. H