Rabanero era buena gente, aunque algunos se empeñen en decir lo contrario para acrecentar la leyenda de Miura. Los datos son los datos y el único colorado del último encierro de San Fermín firmó tres cornadas al quedar rezagado de la manada. Pero una cosa es coger y la otra ir a coger.

El toro de don Eduardo y don Antonio, digan lo que digan, era tan grande como noble. El animal se quedó descolgado de la manada en Mercaderes y se encontró solo en una Estafeta asestada de corredores. Entre los que intentaban ponerse en la cara y los que se aterrorizaron al ver un miura suelto, Rabanero hizo su marcha. Un camino en el que se le cruzó un mozo, al que apartó --voltereta incluida-- con un acertado derrote y su consiguiente cornada. Una escena que vio bien de cerca el almazorense Álvaro Galí.

En el tramo vallado de Telefónica, el colorado se llevó a otro joven colgado entre los pitones y, cuando logró quitárselo de encima, descolgó a otro que intentaba protegerse en el vallado. Cosas de las apreturas y no de mala calaña. Porque el Miura no se enceló con nadie, ni con el inconsciente que lo tentó ya en la plaza. Los dobladores evitaron males mayores y entró en chiqueros a los 2 minutos y 42 segundos.

RESBALÓN // A esas horas sus hermanos ya descansaban en corrales. Su carrera había sido otra historia desde el inicio de Estafeta. Los toros salieron de los corrales hermanados, guiados por los cabestros. Tres de ellos resbalaron en Mercaderes --entre ellos Rabanero, que se quedó el último-- y al llegar a la curva se pegaron a tablas y pared, una imagen nada habitual esta semana. Mal lo pasaron los que se los encontraron encima y debajo, como el caso de un mozo que se aferró a una señal.

La torada continuó estirada por el vial, para volver a unirse conforme iba avanzando. El ondense Mateo Ferris se colocó por el lado derecho, llevando entre los riñones a uno de los miuras. La alta velocidad hizo que se apoyara de forma involuntaria en el lomo de uno de los mansos, un gesto que fue penalizado por las autoridades navarras. El Planchao, de la Vall, se colocó al lado de los astados ya en la entrada al callejón, igual que Iván, de Aficionats al Bou de Almassora, que entró con la cabeza de manada en el coso.

Sonaba el cohete y era hora de volver a casa. Las esperas son difíciles, pero qué bonitos son los reencuentros. Falta un año.