Lo imposible solo es aquello que no se intenta. Lo demostró el ondense Mateo Ferris, para el que no hay techo pisando los adoquines y con seis toros bravos sobre ellos. Ayer, con los de José Escolar, segundo encierro de los Sanfermines 2018, lo dejó claro. Otra vez.

Posible era, sin embargo, que los Albaserrada de Escolar montaran el lío y alguno diera media vuelta en los primeros metros del recorrido como en años precedentes. Y les pasó por la cabeza el asunto, a juzgar por la tardanza en salir de corrales después de sonar el cohete. Hasta los cabestros tomaron parte en aquel cónclave que terminó cuando uno de los cárdenos decidió traspasar la puerta de madera.

ENCIERRO PASADO POR AGUA // La lluvia que caía a las 8.00 horas en Pamplona no hacía más llevadera la espera en los 875 metros repletos de mozos y miedo. Una vez pasada la línea de salida, los mansos arroparon a la torada por la cuesta de Santo Domingo. En los últimos metros del vial, y con un miembro de Passió pel Bou de Morella, uno de los astados resbaló y quedó un poco más rezagado. Y de nuevo, la alerta.

La distancia entre los cinco primeros toros y el sexto se hizo más amplia a la llegada a Estafeta, calle mítica en la que el almassorense Samuel Valero se puso el chubasquero de Aficionats al Bou para correr ante la cabeza de la manada. También tomaron ayer parte en la carrera Óscar Bonig, de Peñíscola, y Juan Bautista Arnal, procedente de Vila-real.

Parecía difícil tocar toro con el pelotón de los Escolar. Y, sin embargo, Mateo Ferris se encargó de desmontar un argumento inventado para justificar aquello que no sale. Quizá, y solo quizá, por no hacer la prueba. El corredor de Onda tiró de piernas con los cabestros que abrían paso y se fue haciendo hueco tras los dos primeros ejemplares. Y ahí, al lado del tercer toro, guió entre sus riñones al cuarto durante no pocos metros. Increíble, pero cierto.

El vallero Ramón Valladolid Planchao siguió fiel al tramo del callejón, en el que ayer se vivieron momentos de tensión. Sobre la arena del coso fue importante la labor de los dobladores. La manada entró en chiqueros a los dos minutos 26 segundos, pero no fue hasta 30 segundos después cuando lo hizo el último, que se había quedado descolgado y que se puso rebelde ya en puerta. Tres capotes le hicieron entrar en razón. El estado del piso no estaba para juegos. Aunque, ya saben, no hay imposibles.