Una tormenta seca, de esas en las que es más fácil que caiga un rayo que una gota de lluvia. Ese es el origen al que apuntan las autoridades portuguesas para explicar el infierno que asoló los alrededores de Coimbra en forma de llamas. Una tormenta que, además de seca, presentó todas las credenciales para ser calificada de perfecta.

El terreno acumulaba «sequía prolongada, temperaturas muy elevadas durante días e intensas rachas de viento», según describe el ingeniero forestal Guillem Argelich, para acabar de perfilar la sensación de pavor que recorrió el cuerpo de quienes vivieron el drama de cerca. A muchos, el instinto les empujó a salir del averno en el que se sentían acorralados, buscando en la carretera una escapatoria que acabó resultando fatal.

Según los expertos, ni siquiera es infalible cumplir con la consabida necesidad de aligerar el denso sotobosque que se acumula en Portugal, como también en España. No es garantía pero si evitaría en buena medida los elevadísimos niveles de propagación de un incendio que encuentra un valioso combustible a su paso. Argelich, como muchos en ambos países, espera que el drama cese pronto y que sirva a Portugal y a los países de la cuenca mediterránea para concienciarse de que «no tiene sentido gastarse tanto dinero en extinción y tan poquito en tareas de prevención».