A finales del 2015, una cafetera de la Universitat de València (UV) fue testigo de lo que se suele llamar un “momento eureka”. Un grupo de químicos estaba conversando delante de la máquina cuando, de golpe, todos sus ojos se concentraron en ella. Lo que los otros mortales veían como un sencillo dispensador de sabrosa cafeína, al grupo de investigadores le pareció una herramienta ideal para el progreso de la ciencia.

Meses después de esta iluminación, el equipo acaba de dar a conocer un sistema para transformar una sencilla Nespresso en un dispositivo para extraer contaminantes de muestras de suelo, comida o plásticos. Su artículo, titulado con cachondeo Cafeteras de cápsulas para la química analítica: what else? (una parodia de la frase publicitaria de George Clooney), fue publicado hace un mes en la muy seria revista Analytical Chemistry. E igual de seria es la aplicación potencial de la invención.

“Si me dedicara a la extracción (de tóxicos) me pasaría a este sistema sin pensarlo un minuto: los resultados son comparables a los que se obtienen con la tecnologías más avanzadas, pero el precio es mucho más bajo”, afirma la investigadora Simona Curreli. Un dispositivo industrial vale 50.000 euros, mientras que una cafetera ronda el centenar de euros.

“La filosofía del grupo de química analítica (de la UV) ha sido desde siempre la de hacer química verde: reducir tiempos, costes y consumo de disolventes”, explica Francesc Esteve-Turrillas, uno de los padres del invento. “Hace una década fuimos pioneros en usar hornos de microondas domésticos en la extracción”, relata. Dados estos antecedentes, sorprende menos que, durante una conversación propulsada por cafeína, los investigadores se dieran cuenta de que lo que tenían delante no era otra cosa que un extractor de fluidos presurizados.

La cafetera se puede emplear de esta manera casi sin modificaciones. En primer lugar, se pone una muestra de suelo en una cápsula rellenable, con un pequeño filtro de papel, para evitar que se escapen partículas de tierra. Tras insertar la cápsula en el dispositivo, se añade en el depósito de agua un 40% de acetonitrilo, un disolvente orgánico. “Sustituimos el depósito por un contenedor más grande de vidrio, para recargar menos frecuentemente y evitar que restos de plásticos pasen al disolvente”, explica Esteve-Turrillas. Luego se da al botón. La mezcla atraviesa la cápsula a alta presión y temperatura, y arrastra los compuestos buscados.

“En lugar de una tacita de café, recogemos el líquido en una probeta de 50 mililitros”, explica el investigador. Luego, la probeta se lleva a un cromatógrafo para analizar qué contiene. H