El alquiler por las nubes y el sueldo por los suelos. Estas son las causas de una tendencia poco frecuente, pero creciente. Convivir con la expareja es ya una solución que desdibuja la ruptura sentimental y física a cambio del remedio económico. Marta y Javi, en Barcelona, se encuentran en esta situación, como también Tere y Jesús, en Madrid, dos parejas rotas bajo el mismo techo. La presión social retiene su realidad en el silencio.

«Necesito vivir ahora aquí y contigo, porque económicamente no puedo vivir sola y, hasta que tenga algo mejor, prefiero estar así». Este fue el pensamiento de la maestra Marta Jiménez, que con 31 años y un sueldo de 400 euros, vive desde hace un año en el barrio barcelonés del Poble Sec con Javi Mas, su expareja de la misma edad. Esta situación no resulta extraña en metrópolis como Barcelona, con un alquiler medio de 1.005 euros.

LLORAR A ESCONDIDAS / Después de cinco años de convivencia, a Jiménez y Mas, ingeniero informático, se les apagó la chispa, pero decidieron renovar un año más el contrato de su alquiler de 775 euros. «Él lo hizo por comodidad y yo, sin pensar en cómo me afectaría psicológicamente convivir con él, sin saber qué estaba haciendo ni con quién», cuenta ella. Y es que al principio era Jiménez quien lloraba a escondidas, por que «Javi hubiera buscado una solución para que yo no estuviera mal y eso significaba irse a vivir con los padres. Pero después de años de vida independizada, hubiera sido peor».

Este es un ejemplo de cómo la dependencia económica puede imponerse a la inestabilidad emocional tras una ruptura sentimental. De hecho, el psicólogo, sexólogo y terapeuta especializado en relaciones de pareja Ignasi Puig Rodas afirma que «no tener una distancia física respecto a lo que hace daño y verlo todo el tiempo, hace más costoso el proceso de duelo».

«Es un proyecto de vida que en estos casos se ven obligados a mantener mientras se dan cuenta de su fracaso», explica la abogada experta en divorcios Marta Boza Rucosa. Mantienen la convivencia con su expareja porque la alta demanda de la vivienda coincide con la actual precarización de los sueldos.

«Han cambiado nuestros hábitos en las rupturas —explica Ignasi Puig—, pero socialmente todo lo que se sale de la norma y rompe los esquemas, se concibe como malo y se critica». Por eso, los protagonistas de esta historia ocultan su caso. «Mi entorno me ha inculcado que no es lo correcto —admite la maestra Marta Jiménez—. Quizás en un futuro esté bien vista esta situación».

NO SE ARREPIENTE / Jiménez detalla su vida en pareja. Siguen repartiéndose las tareas domésticas; a veces cenan y miran series juntos; no intiman, pero comparten la única cama y mantienen ambos nombres en su cuenta bancaria, a pesar de crearse una propia cada uno a raíz de romper. Así mismo, esta joven confiesa que la situación «no funcionaría sin la confianza que hay». «Aunque en estos cinco años yo he tirado siempre de él, porque me enfadaba por su pasotismo, ahora no puedo exigirle nada como pareja y la convivencia es mucho mejor».

En este tiempo ninguno de los dos ha rehecho su vida, ya que «esta situación frena crear algo nuevo por la falta de intimidad», expone el terapeuta Puig. Y es que como reconoce Jiménez: «Incluso dejamos claro que no podíamos traer a nadie a nuestra casa». Sin embargo, ambos han evolucionado de diferente manera. Mientras Javi Mas todavía se encierra a jugar en «su zulo», es Marta Jiménez quien se arregla más para salir. «Algo común cuando se ha vivido muy pendiente de la pareja —agrega el psicólogo— porque se reivindica el tiempo para el yo, y lo habitual es preocuparse por la imagen, para volver al mercado y recuperar habilidades sociales».

Pero el cambio de Marta no acaba aquí. El mes que viene, cuando se les acaba el contrato del alquiler y finalice el estado de alarma impuesto por el Gobierno debido a la crisis del coronavirus, se mudará al piso que sus padres tenían alquilado en Santa Coloma. «Va a ser un choque para ambos, pero necesito evolucionar y vivir», concluye.