¡Me dejé atrapar! En un momento dado, por un olor a vainilla en Madagascar; en otro, por esas majestuosas y elegantes líneas del Monte Fuji y, en cualquier ocasión, por la aterciopelada caricia de la brisa al atardecer en Los Cabos.

Y sí, seguí reincidiendo con los suaves atardeceres en Birmania, los bonitos y envolventes senderos por Vietnam, en una de esas tardes de llovizna, respirando paz con sabor a lima kaffir; sin olvidar los siempre atrayentes templos japoneses, que de una forma acogedora me invitaban a conocerlos, sin ser egoísta y sin importarme realmente su procedencia budista o sintoísta.

Rememoraba los sonidos tintineantes y coquetos de los hutones en China, las manos aventureras que me sujetaban hasta llegar a la montaña coloreada en Perú o poder compartir un té, impregnada de sonrisas, con una gentil maiko, en Kyoto.

Accedí sin reticencias a integrarme en una de las tribus más desconocidas en la desconocida Etiopía, oyendo las risas de los niños al llegar, llamándome al unísono farengi; a cruzar en barca el río Omo hasta la bella y clásica Kenia, no exenta de nostalgia; e incluso a dejarme besar la tez, por el jabón hecho de cálidos y estimulantes olores a té y limón, en Buthan.

Asimismo, mostré mis respetos al imponente Tikal, en Guatemala, o lloré sintiendo la sufrida plaza de Tiananmén, en China. Descoloqué mi mandíbula y corazón ante el imponente monasterio de Potala, en Tíbet, y la inigualable estupa Boudhanath, en Nepal. Me adentré en los monasterios más escarpados, donde los monjes nos hicieron sentir su fuerza y ser más puros, como las zonas de los Alpes japoneses; y me dejé seducir sin miramientos por las bonitas auroras boreales, en Finlandia.

Y como olvidar los sabores amables y cítricos del cebiche, en México; la enseñanza de cómo hacer el pan caliente y tierno, de la mano nuestra dulce anfitriona, en Uzbekistán; las mezclas de sabores agridulces, aderezadas con una pizca de atrevimiento, en Bangkok; para terminar con un baño, en las recónditas playas con sabor a cardamomo y amistad, en Vanuatu.

Mi nombre es Patro Marco y me encanta viajar, como creo que ya os habréis dado cuenta, pero no de una manera convencional. En un mundo en el que la mayoría de personas tenemos ya nuestro pasaporte repleto de sellos, aún se echan en falta las atrevidas experiencias, que por fortuna incorporamos en nuestros viajes de manera exclusiva e inimitable. ¿Me sigues? #runatravelers