Relegados, abonados a su suerte, ignorados, los ancianos están siendo las víctimas ocultas del coronavirus en el Reino Unido. Mientras la atención se dirige a los hospitales, en las residencias geriátricas y de dependientes, donde viven más de 400.000 británicos, la muerte penetra silenciosamente.

Las cifras oficiales reconocen casos detectados en al menos 2.200 centros. En uno de ellos, en Liverpool, han muerto en pocos días 15 de los residentes. Otro, en el condado de Nottingham, perdió el pasado fin de semana un tercio de sus ancianos. Hay situaciones similares, en Londres, Devon, Cornualles, en el condado de Durham, en Sheffield. En Escocia, donde el número e muertos roza el millar, una cuarta parte de los óbitos (237) se han producido en residencias. Nadie contabiliza las víctimas y su número exacto no se sabrá nunca. No se hacen tests y el dato de fallecidos queda excluido del parte diario oficial de caídos.

«Los ancianos están siendo abandonados como corderos en el matadero», denunció Rosa Altman, exministra conservadora de Pensiones. Propietarios y gerentes se rebelan contra una polémica normativa que les ordena admitir a sus pacientes que han dado positivo cuando salen del hospital. «Es como invitar al virus a que entre en tu casa. Es ridículo. Es horroroso», declaraba a Channel 4 Toula Mavridou-Messer, hija de un residente.