A veces es un olor; otras, una imagen; en ocasiones, un lugar. Son pequeñas chispas que despiertan recuerdos dolorosos que permanecían, en estado de duermevela, en el cerebro de las personas que han sufrido una agresión sexual. Lo mismo ha sucedido con la indulgente sentencia contra La manada, que ha reabierto las heridas de las víctimas. Es la revictimización.

Señales físicas o decisiones judiciales cuestionables disparan las alarmas. «La agredida puede entrar incluso en un estado de pánico que le impide salir a la calle. Se apodera de ella un miedo atroz porque al cerebro le cuesta distinguir si vuelve a estar de nuevo en una situación de peligro». Esto es lo que explica Violeta García, psicóloga y experta en la atención a víctimas de violación. «El sentimiento de soledad, desamparo y dolor es tan grande que se sienten excluidas por la sociedad», relata García. Porque, precisamente, la violencia sexual suele ocurrir así, en soledad, en un momento y un lugar donde no hay nadie. El dolor resulta tan desgarrador que para empezar a amortiguarlo deben pasar entre seis meses y un año como mínimo y, además, con terapia. La normalización de las relaciones sexuales es el último peldaño que se supera en este proceso.

El sufrimiento tras la violación tiene intensidades. Depende de si el agresor es un desconocido o una persona cercana, si ha sucedido más de una vez o ha sido puntual o si la agrasión es grupal como el caso de los cinco depredadores de la Manada. Las terapias se alargan si el agresor es alguien del entorno de la víctima y también si las vejaciones se prolongan en el tiempo. Los datos que manejan asociaciones de atención a las víctimas revelan que entre el 70% y el 80% de las mismas han sido agredidas por personas conocidas y el porcentaje restante por desconocidas. En estos casos, las denuncias son mayores «porque las víctimas tienen más capacidad para darse cuenta de que eso que les ha sucedido es violencia», afirma García.

LA REALIDAD JUDICIAL // En las violaciones grupales la humillación se hace aún más insoportable porque «el mensaje que recibe la víctima es de la complicidad y aceptación de esa violencia por todo el grupo. Un acto socialmente aplaudido por los agresores», sentencia la psicóloga.

El fallo judicial benevolente para los agresores de La Manada ha abierto la caja de los truenos para las víctimas que han pasado ese trago. El sentimiento más extendido ha sido la rabia, pero también el dolor y solidaridad con la agredida en Pamplona y la sensación mayoritaria de que «lo sucedido a la víctima de la Manada también les ha ocurrido a ellas», afirma García. Y añade: «La sentencia ha puesto de manifiesto que el sistema judicial no funciona para las denunciantes».

«El proceso judicial tiene un papel decisivo en la recuperación de la agredida porque si le victimizan tardará más», añade.