Para describir el deterioro humillante que sufrió su padre a manos de la enfermedad, esa paulatina pérdida de memoria que lo devolvió a un estado infantil, sin recuerdos, sin rostros conocidos, Conchi López emplea la expresión “prácticamente un bebé” e “indefenso”. Así describe ese lugar al que teme ir, porque conoce de primera mano el martirio de los hijos del alzhéimer:

“Más que el miedo personal mío lo que me preocupa es el sufrimiento de mi familia, porque es una enfermedad devastadora, yo lo he visto. Para el enfermo, sí, pero al fin y al cabo el enfermo no sabe lo que le ocurre. es para la familia”.

Más de 1.500 personas que con toda seguridad suscribirían este discurso se reunieron hace unos días en Barcelona. Eran una parte de los 2.743 voluntarios que desde hace tres años participan en la investigación que lleva a cabo la Fundació Pasqual Maragall para hallar una cura, una vacuna o una forma de prevenir el alzhéimer, quizá la investigación con personas de referencia actualmente en Europa. Respaldado por la Obra Social La Caixa, el Estudio Alfa se basa en el hallazgo reciente de que el alzhéimer empieza a desarrollarse mucho antes de la aparición de los primeros síntomas, y lo hace sin causar alteraciones perceptibles. Está allí, actuando, desde mucho tiempo atrás.

“La enfermedad empieza décadas antes -explica Jordi Camí, director de la fundación-. Lo que la gente llama alzhéimer es una etapa larga y final de esta enfermedad que ha empezado antes. En este sentido, nuestra estrategia consiste en entender mejor la historia natural de la enfermedad para intentar entretener o retrasar su evolución biológica antes de que hagan su aparición los primeros síntomas”. H