Nuestros hijos pueden sufrir especialmente la vuelta al día a día con la llegada de septiembre. Su periodo vacacional es especialmente amplio. Tres meses donde se acostumbran a tener horarios más abiertos, dormirse tarde y jugar más. La vuelta al cole, aunque puedan tener ganas, les supone retomar unos hábitos que ya habían olvidado, siempre teniendo en cuenta lo sensibles que son ante los cambios.

Lo normal es que experimenten más ansiedad o tristeza, estén más irritables, les cueste adaptarse a los ciclos de sueño y que se altere el apetito, o bien comiendo menos o, por el contrario, con hambre a todas horas. Son síntomas muy similares a los que aparecen en un adulto tras las vacaciones, pero con la complejidad de que su corta edad no les permite entender por qué de pronto están mal. Como adultos, debemos acompañar y ayudar a que gestionen mejor la vuelta al cole.

CLASES MÁS LLEVADERAS

Retomar las clases, independientemente de la edad, supone uno de los momentos más estresantes, que no solo sufren los hijos. Los padres tienen que sobrellevar las emociones negativas de ambas partes, mostrar apoyo y procurar que no se altere sustancialmente la rutina que aún no se ha retomado del todo. Esto hace que en casa se experimente una mayor ansiedad o irritabilidad, dependiendo de la gestión de cada uno.

Como padres, debemos ayudar a nuestros hijos a que adopten las herramientas necesarias para poder enfrentarse a los cambios, como ocurre con los hábitos y la incorporación al colegio. Estas herramientas debemos ser nosotros mismos los que se las demos, pero para ello debemos saber cómo hacerlo. Las siguientes pautas nos ayudarán a lograrlo:

1. Sé ejemplo

En primer lugar, si lo que queremos es que nuestros hijos no estén ansiosos, lo que debemos hacer es estar nosotros más tranquilos. Esto no siempre es fácil, por lo que podemos poner en práctica técnicas de relajación, como la respiración diafragmática, que nos ayudará a soltar el estrés. Si nuestros hijos nos ven alterados, normalizaremos nuestras emociones y le explicaremos que, aunque estemos desbordados, estamos buscando la forma de estar tranquilos y que podemos enseñarles a hacerlo.

2. Expresar y categorizar las emociones

Esto es útil a todas las edades. Los niños y los adolescentes no siempre identifican que algo les pasa. La irritabilidad o la tristeza salen solas sin que sean conscientes. Deben primero identificar cambios en sus emociones, saber a qué se pueden debe y colocar la etiqueta correspondiente. Esto hará que normalicen lo que les pasa y puedan gestionarlo mejor.

3. Tiempo en familia

Para que el cambio no sea muy brusco, los primeros días deben sentirse más apoyados por nosotros. Es especialmente importante que haya un tiempo familiar conjunto, con más horas de juego y de ocio. El tiempo que hay para comer nos puede ayudar a mejorar la comunicación, tanto en el desayuno, como en la comida o la cena.

4. Reforzar

Los niños necesitan ver que hacen cosas buenas. Todo esfuerzo por su parte para adaptarse debe ser reforzado. Es importante centrarse en aquello que hacen bien y dejar de lado los castigos por todo lo negativo. En este último caso, más que castigar, debemos centrarnos en explicar qué está mal, por qué y cómo debería hacerse mejor.

5. Implicación

El niño necesita estar implicado en todos los acontecimientos. Sentir que ayuda y que puede ser útil refuerza su autoestima y genera emociones positivas. Puede acompañarnos a comprar el material o escoger la ropa que llevará a clase. Ser partícipe hace que también sienta que tiene control sobre su vida.

La vuelta al cole puede suponer un momento de desbordamiento para todas las familias. Momentos donde nuestro propio estrés se suma al de los hijos y no sabemos muy bien cómo gestionarlo. Sin embargo, septiembre puede verse también como una época para entrenar en herramientas que nos ayuden en los cambios y que generen resiliencia.

* Ángel Rull, psicólogo.