El mundo aún no lo sabía pero aquella medianoche del 23 de enero anunciaba el abismo. China había ordenado horas antes el bloqueo de la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei. Cerró aeropuertos y estaciones de trenes, levantó barreras en carreteras y puentes y recluyó a sus 11 millones de habitantes en sus casas. Una de las principales ciudades chinas, potencia manufacturera y nudo de comunicaciones, quedaba aislada.

El mundo ya sabía la pasada medianoche que Wuhan marca el camino. China rompió sus cadenas cuando medio mundo replica aquel experimento social sin precedentes. El mensaje de «Hola, Wuhan» se dibujó en las luminosas fachadas de los rascacielos. Una treintena de vuelos han despegado ya de su aeropuerto internacional, 55.000 habitantes se subieron a los primeros trenes y caravanas de vehículos han salido en carretera de los límites urbanos. Los wuhaneses necesitan mostrar en su móvil ese código verde que les identifica como sanos para moverse. Las mismas condiciones se aplican al resto de la provincia de Hubei, de casi 60 millones de habitantes, desde que se levantase su encierro dos semanas atrás.

El pulso de Wuhan, una de las urbes más dinámicas de la China central, aún queda lejano. Siguen clausurados colegios y universidades, muchos restaurantes y otros negocios relacionados con el ocio mantienen la persiana bajada y el tráfico no alcanza más de la mitad de su caudal. Las autoridades recomiendan reducir las salidas a las mínimas y el miedo hace el resto.

Detrás quedan casi 11 semanas de una desquiciante cuarentena que ha tensado la paciencia confuciana. Sin pasear al perro, sin bajar a por comida porque ya la acercaba el comité de barrio. «Ha sido extenuante. Hemos estado encerrados pero nunca habíamos estado tan conectados con el exterior a través de internet. Los políticos estúpidos, los valientes doctores, las discriminaciones que sufrían los wuhaneses en el resto del país, los generosos voluntarios… Los sentimientos cambiaban varias veces al día», señala por teléfono Liu, inversor.

La reactivación económica obedece ya al impulso ordenado desde Pekín. Casi el 94% de las empresas funcionan con normalidad, ha asegurado el ayuntamiento, y hacia ellas fluirán créditos blandos. Pero ninguna economía sale ilesa de un congelamiento trimestral e inquieta que muchos no superen el primer vigor.

No hay dinero para invertir, certifica Liu. No ha sufrido ningún recorte salarial y por ahora solo asume la pérdida de su prima anual, pero su situación y la de sus siete compañeros en la empresa peligra si el flujo no regresa. «Trabajamos duro y el jefe es un buen tipo. No despedirá a nadie. O salimos juntos o nos hundimos todos. Esto nos ha unido aún más», opina.

Dos estudios publicados en la revista Science certificaban que la cuarentena de Wuhan ha cumplido con creces su misión.