Las puertas del coche patrulla de la Policía Nacional de Castellón se cierran. Comienza el servicio, nos ponemos en marcha. Son las 15.00 horas y no sabemos qué nos deparará la tarde. La avenida Valencia es la primera parada. Con la alerta terrorista en nivel 4, los controles son diarios en las entradas y salidas de la ciudad.

Los agentes, fuertemente armados, detienen a varios vehículos, identifican a sus conductores y cachean a algunos, pero todo parece estar en orden.

El siguiente destino es la estación de autobuses, donde controlan el flujo de viajeros y revisan algunos equipajes. Se trata de uno de los lugares en los que se arresta a más prófugos de la justicia. El ambiente está tranquilo, pero la calma no dura mucho tiempo.

De repente, un aviso nos pone en alerta. Los familiares de un hombre, de 50 años y origen búlgaro, hace días que no pueden contactar con él y sospechan que algo le haya pasado. Abren el domicilio y el fuerte olor hace presagiar lo peor. Los agentes hallan el cadáver, parece muerte natural.

Los comercios abren sus puertas y los ladrones no tardan en entrar en escena. Los propietarios de una tienda advierten de la presencia de dos mujeres, ataviadas con sendos chaquetones de plumas, que han hurtado artículos y han huido.

Desde un supermercado, piden ayuda ante la presencia de un violento caco, que ha sustraído algunos comestibles y, tras ser sorprendido por las cámaras, se ha puesto agresivo. Es detenido.

NÚCLEO DURO DE LA DROGA // Abandonamos Castellón y continuamos la patrulla por el Grao. Nos detenemos en Extramuros de Poniente, núcleo duro de venta de drogas y protagonista de grandes operaciones policiales a clanes de etnia gitana. Esperamos a tres integrantes de la Udyco (Unidad de Drogas y Crimen Organizado), entre ellos la inspectora jefa del grupo, para adentrarnos en el barrio y recorrer los estrechos callejones. La suciedad y las papelinas inundan cada rincón. Las ratas y serpientes campan a sus anchas.

En tan solo unos metros, hemos dejado el tranquilo barrio del Serrallo y parece que nos encontremos en una realidad paralela. La mayoría de las casas están quemadas o destruidas y las callejas, vacías. Seguimos a los agentes de la Udyco, que conocen Extramuros como la palma de la mano y preguntan por algunos de sus vecinos. En pocos segundos la voz se ha corrido y el barrio entero sabe de nuestra presencia en su territorio. Nos observan, reticentes, y cuchichean.

Paramos en casa de La Chelo, matriarca de un clan familiar dedicado al tráfico de heroína y cocaína, uno de los baluartes del Perpetuo Socorro y Extramuros de Poniente. Preguntamos por ella, pero sus familiares nos dicen que no está. Al poco, la descubrimos, oculta, mirándonos a lo lejos.

Hace ahora cuatro años que la Policía Nacional realizó un exitoso operativo antidroga en el que La Chelo y otros 10 integrantes de su clan fueron detenidos con 1,7 kilos de cocaína, armas, coches de lujo y 35.000 euros en efectivo.

Tocamos a la puerta de otro viejo conocido de la Udyco, un traficante con un amplio historial, ya jubilado tras dejar el negocio en manos de sus hijos. Nos abre la puerta y entramos en su parcela, tan destartalada como el resto a pesar del dinero negro que manejan.

Los niños corren por los callejones, mirando, desafiantes, a la policía. Criados entre dosis, jeringas y trapicheos, parecen carecer de inocencia, cómplices de un mundo sórdido. Tras cinco horas de servicio, volvemos a comisaría. H