La mayoría de las mujeres que ejercen la prostitución en la provincia son víctimas de trata de seres humanos. Según fuentes de la Fiscalía, muchas vienen de Nigeria y sufren abusos, amenazas y extorsiones. La Audiencia Provincial condenó en 2018 a siete años de cárcel a una mujer por prostituir a una menor y amenazarla con vudú en Castelló, mientras que la Guardia Civil ha realizado operaciones recientes en Vinaròs y Benassal. No son, ni mucho menos, casos aislados. El Tribunal Supremo ha impuesto ahora 36 años de prisión a dos proxenetas que captaban a mujeres en Nigeria y las prostituían después en Castelló, entre otros lugares de la geografía española --se trata de bandas delincuenciales itinerantes que se mueven para evitar la localización de las víctimas--.

El alto tribunal los considera autores de trata, prostitución coactiva e inmigración ilegal. Unos delitos que son difíciles de probar dada la situación de terror que viven las mujeres, a quienes aseguran que si hablan sus familias morirán en su país de origen.

Según reza la última sentencia sobre trata vinculada a la provincia, los procesados realizaron promesas a dos chicas mayores de edad y a una menor, a las que aseguraron que en España podrían estudiar, trabajar como camareras o azafatas. Las víctimas les creyeron y se pusieron en manos de la red --entonces desconocida para ellas-- que las condujo hasta Madrid. Una vez en territorio nacional, las despojaron de sus pasaportes, teléfonos móviles y agendas de contactos. Comenzó entonces para ellas la pesadilla de los rituales de vudú en los que les cortaron las uñas, el pelo y el vello púbico para someterlas psicológicamente.

SOMETIDAS / Las chicas no podían salir a la calle y eran golpeadas si no accedían a las pretensiones de la red, que les reclamaba deudas de miles de euros generadas, supuestamente, por el viaje y su manutención. Estaban obligadas a darles a los proxenetas la recaudación de cada relación y, con este modus operandi, pasaron por lugares como Castelló o Córdoba.

Una de las víctimas sabía que los hombres se dedicaban a traer a España a nigerianas para ejercer la prostitución y accedió a ello, pero creyendo que podría mantener contacto con su familia y trabajar libremente. Lejos de esas promesas, la esclavizaron, obligándola a trabajar de lunes a domingo, desde las 17.00 hasta las 4.00 de la madrugada, bajo constantes amenazas de vudú.